Apasionante relato sobre el deseo de progresar y transformar la realidad. Cuatro hermanos afrontan su realidad en un mundo hostil que abusa de su origen y al que no le darán la oportunidad de tirarlos abajo. Inspiradora.
La preadolescencia de Nour es distinta a la del resto de sus amigos. Mientras durante el verano ellos juegan en la playa de la ciudad balnearia francesa donde viven, este chico de 14 años pasa sus días trabajando como castigo en el colegio, cuidando a su madre en coma y viendo de costado cómo sus tres hermanos mayores intentan sobrevivir como pueden en medio de un contexto económico hostil. Pero todo cambia cuando, caminando por un pasillo del colegio, escucha la voz de Luciano Pavarotti, uno de los cantantes favoritos de su madre, saliendo del aula donde Sarah (Judith Chemla) enseña música. Libro va, partitura viene, Nour descubre que la música puede operar como suavizante de la realidad, como posibilidad de un futuro medianamente concreta. Lo hará, incluso, contra la voluntad de sus hermanos y de un tío dispuesto a todo con tal de internar a la madre. Descubrimiento es un término clave para entender una propuesta como Mis hermanos y yo. Estrenada en la sección Una Certain Regard del Festival de Cannes de 2021, la película de Yohan Manca nunca oculta su tono deliberadamente fabulesco, con Sarah convertida en guía espiritual de un relato de iniciación donde la luminosidad de los paisajes convive con la violencia y el maltrato. Se trata, en ese sentido, de un film primo hermano de Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino. Si bien su premisa coquetea con el golpe bajo, Manca elude sus flejes más crueles apostando por un optimismo a prueba de (casi) todo. A fin de cuentas, la felicidad puede llegar con la forma de unas pizzas compartidas en una terraza.
El modelo más evidente de este film francés, que se estrenó en la prestigiosa sección Un Certain Regard del Festival de Cannes de 2021, es la famosa Billy Elliot, del británico Stephen Daldry: aquí también un chico de clase obrera se interesa por el arte burgués (el canto lírico en lugar de la danza, en esta oportunidad) y vislumbra a partir de esa vocación un futuro posible. Mientras cumple con la obligación de un trabajo comunitario, Nour, el joven y carismático protagonista de la historia -interpretado con mucho encanto por Maël Rouin Berrandou, toda una revelación- se las arregla para que una profesora muy atenta lo invite a participar de unas clases de canto en principio destinadas exclusivamente a un grupo de niñas. Pero es su propia familia la que no lo apoya: con un padre ausente y una madre al borde de la muerte, quien toma las decisiones es el hermano mayor, el más riguroso de todos, y él decide que Nour se concentre exclusivamente en ir a la escuela y trabajar. Sus otros dos hermanos no son de mucha ayuda: uno trabaja como taxi boy y el otro, él más rebelde de los cuatro, vende droga al menudeo. Cada uno parece concentrado en lo suyo. Sin embargo, hay momentos de empatía y buen humor entre ellos, y son esos pasajes los que elevan el vuelo de una película que es mucho mejor cuando reluce la nobleza de sus personajes y su resiliencia en situaciones adversas que en los momentos donde se obstina en señalarnos el camino redentor del arte y se vuelve algo más demagógica.
"Mis hermanos y yo": retrato sensible de una infancia difícil Cuando Mis hermanos y yo se presentó oficialmente en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes en 2021 ni el director ni la actriz principal estuvieron presentes en la función de estreno. La noticia de la separación de Yohan Manca y su expareja, Judith Chemla, disparada por un hecho de violencia doméstica, ocupó un espacio relativamente importante en la prensa francesa recién un año más tarde, eclipsando parcialmente el recuerdo de la ópera prima de Manca, el retrato sensible de una infancia difícil. Nour (el pequeño pero poderoso Maël Rouin Berrandou) observa a sus tres hermanos mayores mientras juegan al fútbol en la playa, entablando al mismo tiempo una conversación con una turista adolescente. Es el comienzo de la temporada de verano y pronto la ciudad estará llena de visitantes. Pero la vida no es sencilla para el clan de cuatro. Cinco si se cuenta a la madre de los muchachos, postrada en estado semi vegetativo en un cuarto del atestado departamento, conectada a un aparato que monitorea sus funciones vitales. El padre ya no está y el mayor ha adoptado en más de un sentido ese rol. Mientras el segundo alterna tardes en un hotel liándose con clientes de uno y otro sexo y el tercero entra y sale de prisión por la venta al menudeo de drogas, Nour intenta despertar a su madre haciéndole escuchar fragmentos de óperas, especialmente La traviata, su favorito. Es durante una jornada de trabajo social, pintando la pared de su propio colegio, que el muchacho de doce años escucha la voz de Pavarotti en una de las aulas. La maestra de canto (Chemla) lo descubre y no pasa demasiado tiempo hasta que se integra en un grupo exclusivo de chicas. En los primeros quince minutos de Mis hermanos y yo se disponen todos los elementos que formarán parte del drama, salpicado por diminutas gotas de humor: las dificultades económicas y laborales, la difícil convivencia entre los cuatro varones, la falta de perspectivas a futuro, la posibilidad de que la voz de Nour se transforme eventualmente en algo más que un hobby. Cuando el pequeño no hace de campana durante las transacciones ilegales (o en el hospital cuando “recuperan” a su madre, internada por orden de un familiar lejano), es testigo y a veces receptor de violencias intrafamiliares. La dinámica en casa es compleja y muchas veces se encuentra defendiendo a quien acaba de hacerle un mal. Aunque el tono elegido es cercano a ese naturalismo social que el cine europeo ha perfeccionado como si se tratara de un género en sí mismo, Yohan Manca mueve de manera elegante la cámara para seguir las desventuras del protagonista, con travellings extensos en sus paseos a pie o en moto por el barrio, un típico suburbio proletario francés. En ese sentido, es curioso que la película quiebre el punto de vista en más de una ocasión, en particular cuando la profesora comienza a interesarse por Nour. El origen árabe de los hermanos es apenas un elemento más del relato y nunca se impone como temática en un sentido estricto, decisión inteligente que evita el posible trazo grueso. Si el guion coquetea todo el tiempo con la posibilidad de la fábula (el síndrome Billy Elliot), su traducción a la pantalla evita en gran medida la sensiblería a favor de una ligera esperanza.
Con guión y dirección de Yohan Manca, en su opera prima, la historia sencilla y emotiva enlaza el destino de un adolescente de 14 años con padre ausente y madre en estado de coma, que cuidan con sus hermanos mayores, y sus sueños de futuro. Todos conviven en una vivienda social. Ambientada en una playa del sur de Francia la historia une las dudas de crecimiento del protagonista con la interna familiar de mandatos del hermano mayor, un segundo musculoso que se prostituye y un tercero que vende drogas. El chico que esquiva golpes y policías escucha a Pavarotti, ama La Traviata y recuerda que su padre conquistó a su madre cantándole operas. Por casualidad ingresa a la clase de una cantante lírica y descubre un nuevo mundo. Y su propio potencial. Una manera de mostrar sin golpes bajos ni costumbrismos que la cultura es cuestión de aprenderla, de insistir y comenzar a disfrutar aunque el mundo se oponga. Tierna, emotiva, descriptiva de las clases sociales y prejuicios, muestro un pequeño entorno social, muestra el mundo.
La película narra la historia de Nour, un joven de 14 años y sus 3 hermanos Abel, Hedí y Mo. Juntos viven en una humilde casa donde se turnan para cuidar a su madre en estado de coma. Nour le toca música italiana a su madre y termina desarrollando un gusto por la opera. Durante uno de sus trabajos comunitarios escucha una clase de música en su escuela y allí conoce a Sarah, la profesora, una cantante de ópera, que cambiara el devenir de la vida de Nour. El director Yohan Manca logra transmitir una historia simple desde el contenido en algo hermoso por su composición. Cuidada desde la música, la estética y el ritmo del film, da una sensación muy placentera al verla. En cuanto a lo actoral, todos hacen un gran trabajo. Nour (Mael Rouin Berrandou) siendo el que más destaca, pero acompañado y muy bien complementado por sus 3 hermanos (Dali Benssalah, Moncef Farfar, Sofian Khames) y la cantante de ópera (Judith Chemla) formando un gran elenco. En pocas palabras es un film dramático francés , que busca explorar las tensiones de una humilde familia en crisis, donde el amor nunca deja de estar presente como eje de todos sus vínculos. Dirigida por: Yohan Manca Elenco: Mael Rouin Berrandou, Dali Benssalah, Moncef Farfar, Sofian Khames, Judith Chemla
Nour, es un niño adolescente que está disfrutando el inicio de las vacaciones de verano en el sur de Francia. Nour es el más joven de cuatro hermanos. Ellos viven juntos y se turnan para cuidar a su madre que está en coma. A ella le gusta la ópera italiana, así que Nour toca cuando puede esa música a la vez que desarrolla su pasión por las óperas. Él sueña con escapar a otro lugar, hasta que conoce a Sarah, una cantante de ópera que da clases de verano y que es su oportunidad para explorar nuevos horizontes. Sus hermanos no parecen muy afines a este amor por el arte y Nour intenta ocultarlo. Qué la película sea francesa y esboce una elemental crítica social no la vuelve más sofisticada que muchas otras versiones de este mismo concepto llevado a la pantallas en todas las cinematografías. Aunque no hay nada terrible ni reprochable en la película, tampoco contiene elementos que la vuelvan interesante o proundda. Pasa por lugares conocidos y no aporta prácticamente nada. Los amantes de la ópera tal vez se sientan más cercanos a lo que cuenta la película, o tal vez lo contrario, ya que los expertos suelen ser más críticos cuando conocen el tema tratado.