Misterios de Lisboa dura más de cuatro horas. Si el chileno-francés Raúl Ruiz no hubiera sido un cineasta tan extraordinario, sería hoy una propuesta plomiza. Pero en manos del experimentado Riuz, la historia que se dispara con el huérfano que reencuentra a su madre condesa en pleno siglo XIX y se traslada de ahí en el tiempo y la geografía es una maravilla de puesta, de inventiva, de planos que remiten a Orson Welles o a construcciones de imagen que se inspiran en las artes visuales. Que se estrene un film así y de una duración así es un verdadero acontecimiento.