Esta película fue exhibida en la última edición de BAFICI, donde las opiniones de los espectadores fueron muy dispares, y su director asistió al mencionado festival.
El filme que se comenta se estrena en la Argentina en una época donde un tema gay ya no causa ni escándalos ni censuras, aunque todavía existan algunos integrantes de la Comunidad Homosexual que viven con una relativa marginalidad social y en la lucha por su reconocimiento como lo son las travestis.
En la actualidad el imaginario colectivo argentino ubica a los hombres que se travisten en el ámbito de la prostitución, pero históricamente, cuando usar ropas "de otro sexo" estaba penalizado, se las ubicaba en el medio artístico con cuadros revisteriles llenos de glamour con plumas amazonas multicolores, movimientos sensuales y vestidos de lamé, aunque la mayoría no sabía cantar y muy pocas habían tomado clases de danza. Las poquísimas que llegaban a tener notoriedad era porque su transgresora personalidad se imponía en el escenario.
Llega a Buenos Aires poquísima cinematografía portuguesa y en esta oportunidad lo hace con un melodrama queer y la calificación no responde sólo a la temática sino también a la rara manera en que la misma fue desarrollada por el director João Pedro Rodrigues.
La trama tiene un tratamiento melodramático cercano a la tragedia, con soporte de realidad pero sobrecargado de escenas inverosímiles y simbología cinematográfica.
La historia nos cuenta lo que le sucede a Tonia, ícono dragqueen de Lisboa en la década de los ´80, que vislumbra el final de su carrera. Su pedestal artístico recibe los continuos embates de las travestis más jóvenes.
Su amante, que realmente la ama, es un joven drogadicto, que para no enfrentar su propia bisexualidad le reprocha a Tonia no decidirse a "ser mujer" (operación mediante) y continuar siendo "un hombre".
Ella íntimamente sabe que nunca tomó la determinación de operarse porque siempre prevaleció en su psiquis la premisa social que su familia le inculcó: es un hombre y debe morir como tal.
Y como un hombre ha tenido un hijo, un muchacho que nunca pudo aceptar la orientación sexual de su padre y se refugia en un "bosque encantado" (vuelo simbólico del director) en el que tendrá una relación homosexual como activo (una forma de "dominar" a su progenitor), pero de la que no quiere que queden rastros.
A Tonia su endeble situación laboral la hace llegar a crisis sentimentales y metafísicas. Junto con su amante emprende un viaje. Una forma de huir de la realidad.
Pero se pierden en el camino y llegan al mismo "bosque encantado" donde se encontrarán con María, otra travesti. Esta es la imagen de sí misma que Tonia visualiza en su futuro. Sola, aislada, fuera del mundo, en un bosque irreal del que no quiere salir, aunque lo más seguro es que si quisiera irse de allí no lo lograría.
Recién cuando muera como un hombre Tonia encontrará la absoluta libertad y podrá cantar sus canciones con espontaneidad.
Rodrigues ha hecho un tratamiento visual de la soledad de su protagonista, la soledad de las travestis en las batallas por reconocerse, aceptarse y encontrar un lugar en una sociedad que las deja solas en su lucha.
El realizador pone de manifiesto la marginalidad de las vidas de sus personajes. También hay manifestación de lo mismo en la música que utiliza y en las canciones que pertenecen a artistas populares portugueses que son mirados despectivamente por casi todos los círculos sociales.
El elenco es muy homogéneo, sin sobreactuaciones, aunque se pueden observar el uso de algunos estereotipos desde la marcación.
Es dable reiterar que el espectador se encontrará ante una película con una construcción narrativa "rara" con escenas fantásticas y otras que muestran la cruda realidad que viven los personajes.
Los cinéfilos pueden encontrarla un poco extensa.
No está dirigida, como podría pensarse, a la comunidad gay ni tampoco es una denuncia, ni una critica.
Es una vidriera para que la sociedad mire. El hacerlo con curiosidad o comprensión dependerá de cada espectador.