Este tercer largometraje de ficción de Verónica Chen (dirigió Vagón fumador y Agua, además del breve documental-ensayo Viaje sentimental ) es una bienvenida rareza, una propuesta que -más allá de sus imperfecciones- resulta audaz, provocativa y, en varios pasajes, fascinante.
Ambientada en buena parte en un barrio chino porteño que en pantalla gigante luce todavía más pintoresco que en la realidad, Mujer conejo propone una explosiva combinación entre el thriller, el drama romántico, elementos fantásticos e irrupciones del gore más sangriento a partir de un festival de efectos visuales y secuencias de animé. Y, para completar el cóctel, tampoco falta la mirada política sobre la xenofobia y la discriminación en el seno de una sociedad que todavía no termina de aceptar del todo su ya incuestionable sesgo cosmopolita.
La heroína de Chen se llama Ana (la hermosa Haien Qiu), una joven de lejano origen chino y que ni siquiera habla ese idioma. Integrada a la vida en la Argentina, ella trabaja en el área de habilitaciones del gobierno porteño, mientras va y viene con un novio médico (Luciano Cáceres). En una de sus tantas inspecciones, empieza a descubrir que esa zona de Buenos Aires no es sólo un polo gastronómico y de venta de chucherías importadas.
Lo que sigue es una inquietante articulación de elementos que incluyen desde el trabajo esclavo instrumentado por la mafia china, la corrupción administrativa y oscuras investigaciones genéticas con animales que convierten a los conejos en una rabiosa plaga asesina.
Aún con sus desniveles narrativos y actorales que le impiden ser un producto del todo convincente, este film anómalo y desprejuiciado (sostenido por un excelente equipo técnico que le dio un impecable acabado visual y sonoro) termina trascendiendo sus irregularidades para convertirse, en definitiva, en una valiosa mirada a la problemática de la identidad a partir de un arrasador despliegue de creatividad y delirio. Bienvenidos sean los riesgos en el muchas veces adocenado cine argentino actual.