Ni mujer ni conejo
La última película de Verónica Chen (Vagón fumador, Agua), es una incursión deliberada en el cine de género. Un policial con toques de ciencia ficción y algunos pasajes animados (animé) que, si bien plantean una búsqueda novedosa, terminan confundiendo el tono del relato.
Ana (Haien Qiu) es una inspectora municipal que se dedica a dar habilitación a locales en el barrio chino. Argentina de nacimiento pero de origen chino, Ana se encuentra en un conflicto de identidad, en crisis con su pareja argentina (Luciano Cáceres) y trazando amistad con Tao, un chino que trabaja de mozo en un restaurant (“te están explotando”, le dice ella) hasta que misteriosamente desaparece luego de una golpiza. Tras la pista ella se mete junto a su ex en las redes de la mafia china que realizan experimentos para volver a los conejos en animales carnívoros.
Muchos temas dando vueltas dentro de una ficción convencional que fuerza al argumento a querer explicar lo inexplicable. La película comienza bien desarrollando los conflictos de los protagonistas y sus vínculos, pero pierde fuerza cuando incluye temas abruptamente: la explotación laboral, la interculturalidad, la mutación de las razas, etc.
El mayor defecto de Mujer conejo (2013) es querer enlazar metáforas en un cine de género convencional. Es ahí donde la narración deja de ser fluida y se vuelve extraña –para mal- y un tanto pretensiosa. Las animaciones introducen una original transición al relato al representar de manera fantástica los temas trabajados, aunque no alcance para unificar un discurso claro y conciso al respecto.
Temas que, enmarcados dentro de un cine de observación hubiesen encontrado mayor cauce a la seriedad y pretensión reflexiva del relato. Las actuaciones, sobre todo de la protagonista, no ayudan para trasmitir las sensaciones buscadas y vuelven, a un film que promete en su planteo, en un producto a mitad de camino.