Quien mucho abarca...
Mafia china, corrupción estatal y manipulación genética de animales son los hilos principales de la trama de Mujer conejo, un policial con ribetes fantásticos que empieza prometiendo, pero va decayendo a medida que el guión da un giro forzado tras otro mientras deja baches indisimulables en el camino.
Es una buena idea que parte de la acción transcurra en torno al Barrio Chino, territorio fértil para la ficción: en todas las ciudades en las que hay uno, se trata de un rincón tan familiar -quién no paseó alguna vez por ahí- como misterioso, cercano y lejano a la vez. En éste, el de Buenos Aires, hay un chino joven desaparecido, un chino viejo que oculta algo, inspectores municipales que saben más de lo que dicen y, en el medio, una pareja que debe lidiar con su crisis particular y todo ese lío.
Pero a medida de que la película va alejándose geográficamente del Bajo Belgrano, empieza a perder consistencia. El aspecto policial se desdibuja y gana terreno lo fantástico: en lugar de tener un efecto potenciador, la combinación de ambos géneros provoca confusión y diluye la historia. De a poco, todo va virando hacia el cine clase B más bizarro, con la aparición de unos conejos furiosos que dan más risa que miedo.
Las animaciones que sirven para dar ese toque sobrenatural no aportan mucho más que cierto respiro visual y, eso sí, la efectiva resolución de las escenas de acción. Las actuaciones tampoco ayudan a sostener la cuestión: Verónica Chen (Vagón fumador, Agua) recurrió a varios no actores -como la bella protagonista, Haien Qiu- para algunos papeles, y esa falta de oficio se nota (aunque no por contraste con los profesionales, como Luciano Cáceres, que tampoco se lucen demasiado).
Queda la sensación de que, a partir de un planteo de base interesante, se quiso abarcar demasiado, en lugar de haber aprovechado a fondo todo lo vinculado al atractivo universo argenchino del que proviene la propia Chen.