La amenaza roja
Una década atrás, un delirante líder carapintada en su habitual discurso hiperbólico postulaba una invasión comunista. "Se vienen los chinos", decía. Los chinos son una figura de la Otredad radical. Tienen un sistema de escritura imposible y hablan un lenguaje sonoramente irreproducible. Si no fuera por el Taichí y el Kung Fu, podrían venir de otro planeta, una forma de vida lejana en la que el capitalismo ya no necesita de la democracia para su sostenimiento.
En ese registro paranoico aunque diluido en un relato desconcertante en clave fantástica se articula Mujer conejo, la tercera película de ficción de la singular cineasta Verónica Chen, nacida en Argentina, de padre chino y madre argentina. Ana, la heroína, es un poco como Chen: sus rasgos son chinos y la cultura china no le es indiferente, aunque como Chen no habla ni mandarín ni cantonés.
Ana sale con un médico argentino, una relación en revisión, aunque vive sola con su gato (una de las grandes secuencias cómicas del filme involucra a los tres). Por su trabajo como inspectora municipal le toca trabajar en un barrio chino (real) de la ciudad de Buenos Aires. Pronto descubrirá que algunos miembros económicamente poderosos de la comunidad están en connivencia con algunos empleados municipales. Hay mucho dinero en juego, se enuncia en cierto pasaje, y queda todavía más claro cuando una mujer le informa a Ana que le salió 40 mil dólares conseguir un pasaporte para llegar a Argentina y ahora debe trabajar a destajo para pagar esa deuda.
La conclusión es un diagnóstico que excede a la ficción: corrupción, trabajo clandestino, mafias. Pero eso no es todo: los chinos de Mujer conejo vienen criando conejos y éstos han mutado genéticamente. Ahora comen carne, incluida la de su propia especie. ¿Una metáfora de los chinos? Tal vez.
Los primeros 30 minutos de Mujer conejo son fascinantes. ¿Dónde estamos? Buenos Aires parece desplazada por una ciudad china globalizada. Chen, como siempre, arriesga: ¿A quién se le ocurriría incluir en un filme argentino secuencias de animé? Y la directora arriesga también ideológicamente: algún distraído podrá decir que se trata de un filme xenófobo, pero retratar la xenofobia no es lo mismo que alentarla. Decía Serge Daney, a propósito de un cineasta sospechado de racismo: "El conocimiento del azúcar no es necesariamente dulce".
Si la película no es contundente se debe a cierto apuro narrativo en la última media hora y a cierta incapacidad para aprovechar algunas ideas que el filme propone. Aun así, Mujer conejo, probablemente nuestra película maldita del año, es una anomalía en el panorama del cine argentino reciente. De esas películas vive el cine.