En la ciudad de Babel
Con una historia de marcado sesgo cosmopolita y una decidida marca personal en la factura, Verónica Chen ambienta el inicio de su relato en una zona del barrio chino porteño, aprovechando las infinitas posibilidades estéticas y laberínticas de un lugar tan exótico como cercano, enclavado en la gran urbe que se parece a todas las megalópolis del mundo.
A partir de allí, propone un explosivo cóctel de thriller, elementos fantásticos y algunas intromisiones morbosamente sangrientas propias del cine gore, con efectos visuales y secuencias de animé. En este marco, la película desliza una despiadada mirada política sobre la alteración ambiental, la corrupción política y la discriminación, entre otras subtemáticas que surgen como cajas chinas.
La protagonista de “Mujer conejo” es la joven, hermosa y desconocida actriz Haien Qiu, quien más allá de su herencia genética no habla chino. Este personaje, que tiene un novio argentino (Luciano Cáceres), del cual al inicio de la historia acaba de separarse, trabaja en el área de habilitaciones del gobierno porteño. En una de las inspecciones de rutina, descubre una construcción ilegal, que ya ha causado un accidente con una víctima herida de gravedad, a quien le cayó en la cabeza mampostería de la obra no habilitada, pero la denuncia se ha frenado y el denunciante no aparece. Ésta es la punta del ovillo por donde empieza a transitarse un tenebroso circuito instalado en un desalmado corazón urbano que se ramifica y proyecta hacia las afueras rurales del país.
En la superficie
Incluso con sus desniveles narrativos y actorales que le impiden ser un producto del todo convincente, este film original y desprejuiciado está siempre sostenido en un asombroso acabado visual y sonoro. La pregunta es por qué su arrasador despliegue de creatividad y delirio no le permite trascender sus irregularidades que lo llevan desde un punto de partida tenso y estimulante hacia un desarrollo argumental necesitado de mayor contundencia y no la sensación de deslizarse apenas sobre la superficie.
La diversidad de temas dando vueltas obliga a que el argumento parezca algo forzado y de pronto la narración deje de ser fluida para volverse extraña, confusa y un tanto pretenciosa: la seriedad y la intención reflexiva del relato no se ponen de acuerdo con el tono de juego y permanente sátira. Aunque en parte se busca compensar cierta impasibilidad protagónica, introduciendo una humanísima escena de sexo que a diferencia de “Aguas” (largometraje anterior de Chen) es mucho más explícita y bien filmada, pero que no alcanza a sustituir la falta de empatía y desnaturalización.
Cine de riesgo
Tantas ideas originales y una trama sustanciosa no se corresponden con el resultado de una narrativa demasiado distante. Las presentaciones de los conflictos que incluyen rutinas inhumanas y delictivas se presentan desde una mirada contemplativa que si bien inquieta, no alcanza para conmocionar con el peso específico de su gravedad, dando paso a una sensación de liviandad.
Y aunque la película se encarrila por registros fantásticos no es justificable tampoco el abandono de la verosimilitud para ciertos acontecimientos ni comportamientos que definen, o que precisamente no acaban de definir a la errante heroína.
Muchas veces pareciera que el juego formal y la ironía fuesen más importantes que el tenor gravísimo de las denuncias y la profundidad de los caracteres. Así, la violencia impiadosa convive con un tono satírico, incluyendo su desenlace apresuradamente rematado.
El film promete en su planteo, pero confunde y se pierde en los cambios de tono del relato. Una película extraña, irregular, inquietante y sugestiva que circula entre la genialidad y el desbarrancamiento.