Recuerdos del “no” a la dictadura charrúa
El dictador uruguayo Aparicio Méndez fue una de las nefastas presencias en el Palco Oficial del estadio Centenario cuando el 10 de enero de 1981 la Celeste le ganó la final del Mundialito a la selección de Brasil. Ese estadio, que había sido testigo mudo de tanta algarabía popular en 1930, cuando Uruguay logró el primer campeonato del mundo, era ese día la sede donde concluyó el certamen organizado por la Asociación Uruguaya de Fútbol, en el que participaron todas las selecciones campeonas del mundo, excepto la de Inglaterra (que fue reemplazada por la de Holanda, dos veces finalista hasta aquel momento). Se sabe que la relación entre deporte y política es tan antigua como el origen del fútbol. Basta mencionar cómo la dictadura argentina utilizó el Mundial de Fútbol 1978 para intentar tapar ante el mundo las atrocidades cometidas por esos militares asesinos. En el caso de Uruguay, la historia indica que, en principio, ese Mundialito no le caía muy simpático a la dictadura del país oriental porque podía atraer a la prensa mundial, que los pondría en un aprieto. Pero pronto cambió su postura y buscó aprovecharlo. ¿Cómo? El gobierno de facto de Aparicio Méndez decidió realizar un plebiscito un mes antes del Mundialito con el objetivo de hacer una consulta por una reforma constitucional que legitimara a los militares en el poder. Y ese minicampeonato mundial podía, entonces, ser la excusa para festejar el triunfo en las urnas. Pero la jugada les salió mal a los dictadores, porque el 57 por ciento de la ciudadanía uruguaya votó por el “No” a la reforma.
El cineasta uruguayo Sebastián Bednarik decidió investigar qué relación existió entre aquel campeonato y el plebiscito. La particularidad de Mundialito es que no arriba a una única conclusión, sino que presenta una diversidad de voces que incluyen a tres presidentes constitucionales (Julio María Sanguinetti, Jorge Batlle y el actual José “Pepe” Mujica), empresarios que invirtieron en el certamen, ex dirigentes, representantes de la dictadura uruguaya, ex jugadores, periodistas y militantes presos de aquella dictadura que trazan un panorama de los sucesos.
Mundialito es un audiovisual de cabeza parlante, pero esta modalidad tan usada en documentales con poca precisión es, sin embargo, una decisión acertada por parte de Bednarik, ya que contrapone opiniones de unos y otros como si se tratara de un careo en el que muchos no quedan bien parados. Sin recurrir a la voz en off, Mundialito tampoco es el típico documental de denuncia, sino que se caracteriza por esa heterogeneidad de miradas de los hechos. Sin embargo, no es neutral, porque a lo largo de la hora y pico que dura el documental, el espectador se encontrará con interrogantes que quedarán planteados. Por ejemplo, cómo fue la relación entre el mundo empresario y los militares uruguayos en torno del evento deportivo, y algo más profundo aún: el apoyo civil a esa dictadura. Esa diversidad de opiniones pone en evidencia a quienes justifican lo injustificable. Tampoco puede señalarse que Mundialito sea exclusivamente un documental televisivo, porque los testimonios –muy bien editados y lo necesariamente sintéticos, sobre todo– se complementan con un importante material de archivo visual que le aporta una cuota de estética imprescindible a la hora de pensar cine. El mayor aporte de este film es el valor de documento para las nuevas generaciones que no vivieron los tiempos en que el totalitarismo intentó adueñarse de la vida de las personas que lo rechazaron en las urnas.