El nuevo cine chileno
Este film, que forma parte de lo que podría definirse como "nuevo cine chileno", se encuadra dentro de las características establecidas por el cine rutero al que el Hollywood menos industrial le puso su firma, y al que realizadores de todo el mundo supieron nutrir, sobre todo y en los últimos años, en la Argentina, donde la falta de presupuesto ayudó a dotar de ideas al subgénero de la cámara rodeada de polvareda y vehículos que pasan en loop. En síntesis, un cine que hizo del no-lugar, un escenario posible.
El realizador Alberto Fuguet redondeó una idea base (el inmigrante latino que llega a la tierra prometida del Norte exitoso) y la puso en la mochila del protagonista pero con los elementos necesarios como para que el laberinto que transita Alejandro no se transforme en un pasaje monóto y tan desértico como las tierras sureñas, que rompen su gris cotidianeidad apenas con los acordes del gran Johnny Cash.
"Soy fanático de Johnny Cash", dice en algún momento el trotamundos chileno que tarda más de lo previsto en hacer pie en la aridez del sur estadounidense. Sin embargo, el derrotero que traza Alejandro es el de la búsqueda y la superación personal en medio de una tierra hostil, que esconde el rechazo al extranjero bajo una pátina de dreamland que nunca termina de sentarle del todo cuando el que debió emigrar muerde el polvo.
¿La música campesina del título? A lo largo del relato las notas se derraman de a poco, con timidez, asomando de entre las barreras que se plantan a nuestro antihéroe. Y es que la película tiene, entre otros méritos, la sutileza. Ahí es donde el cuento se vuelve querible y vívido.
Planos cortos, buenas líneas de diálogo, interacciones certeras entre personajes y una puesta tan minimalista como las expectativas reales del protagonista, son las que coronan un buen ejemplo de cine con cámara y mirada inquieta. El cine chileno tiene con qué y con Música campesina queda en claro.