La tierra prometida y yo
Pocos documentales toman un tema tan controversial como el conflicto judeo-palestino y logran presentarlo de manera tan sensible y objetiva como NEY, Nosotros, ellos y yo (2015). Esto se debe fundamentalmente a que el director, Nicolás Avruj, no tenía ninguna intención de hacer una película cuando decidió registrar con su cámara su curioso vagabundeo de 3 meses en Tierra Santa en el año 2000. Quince años más tarde ha reconstruido su viaje en un largometraje de hora y media, y la coherencia con la que recuenta una aventura tan accidental es un loable trabajo de edición si los hay.
Avruj es recalcadamente judío, como lo demuestran las home movies iniciales que abren la película. Es de familia judía, la cual celebra fiestas judías en honor a tradiciones judías que honran la cultura judía de una forma muy judía. Quiere dejar eso en claro, porque si eso es lo primero que vemos, lo primero que escuchamos es su voz en off declarando que detesta definirse como pro-palestino o pro-israelí. La película no se pone de ningún bando. De hecho cuestiona la idea de bandos: como indica el título, por cada dos bandos siempre hay un tercero, el individuo.
La premisa es que el joven Avruj viaja en el año 2000 a reunirse con su primo pero por un desencuentro queda solo y sin plan de acción en Jerusalén. Conoce a los nativos – algunos de los cuales recurren y se transforman a lo largo de la cinta, como personajes en una ficción –, consigue trabajo, va de hospedaje en hospedaje. No mucho después presencia una violenta represión por parte del ejército israelí y huye junto a un grupo de periodistas a la ciudad de Ramala. Ya en modo investigativo, osa viajar a Gaza y vivir (de incógnito) entre árabes. La voz en off de Avruj acompaña la cinta, interpretando las acciones de su joven-yo en el desierto.
El director recoge testimonios de israelíes y palestinos, jóvenes y ancianos, pacifistas y guerreantes, militantes y civiles, fanáticos y gente con un sano uso de la razón. No se intenta conciliar las diferencias culturales entre ambos pueblos, ni someter a nadie a un juicio de valores, ni dictaminar la validez de tal o cual reclamo, ni ofrecer una solución al milenario conflicto. La película se mantiene leal a la imagen de un viajante con un asombroso poder de distanciamiento entre lo que vive y lo que piensa. Pero si hay una idea patente a lo largo de la película, es el desdén por el belicismo y la necesidad de definir un conflicto no a través de una verdad preconcebida sino mediante la investigación de sus límites.
Lo que ha conseguido Nicolás Avruj con NEY, Nosotros, ellos y yo es transformar los retazos de un antiquísimo y accidentado rodaje documental en una película con cuerpo de aventura y mente crítica e incisiva. Va a atraer infinitas críticas por su indiferencia histórica y la ignorancia de varios factores socio-políticos, sumada la reconfiguración del conflicto (¿cuánto ha cambiado?) en los últimos 15 años. Pero la película no trata sobre la posible resolución de un conflicto que nunca se termina de delinear, sino sobre el impacto que tiene este recorrido – tanto en su protagonista como en el espectador.