Postal de una guerra sin fin
Gracias a su mirada desprejuiciada, Avruj consiguió interesantes testimonios de israelíes y palestinos.
En el año 2000, Nicolás Avruj se fue de viaje a Israel para visitar, de sorpresa, a un primo que vivía allá. La sorpresa se la llevó él, porque el primo justo había viajado por un tiempo a la Argentina, pero Avruj decidió esperarlo hasta que volviera y mientras tanto recorrer el país, cámara en mano. Quince años después se reencontró con las filmaciones que hizo durante esos meses y que, por diversos motivos, no había editado hasta ahora. El resultado es NEY: Nosotros, ellos y yo, un retrato desprejuiciado del conflicto palestino-israelí.
“Hace quince años que empecé a grabar este documental y todavía detesto que me pregunten si soy pro israelí o pro palestino”, dice Avruj al comienzo de su opera prima. Una declaración de principios que es el mayor mérito de esta película en primera persona: el narrador, a pesar de ser judío y provenir de una familia sionista, se ubica genuinamente en un punto equidistante entre las partes en pugna. Con una mirada tan curiosa como inconsciente, Avruj fue viajando casi azarosamente por Israel, la Franja de Gaza y Cisjordania, y fue entrevistando a la gente que le daba alojamiento. Así, nos enteramos de la opinión de ciudadanos comunes sobre la disputa entre ambos pueblos, en charlas que son ricas sobre todo porque Avruj pregunta para enterarse, sin ánimo confrontativo. Y obtiene definiciones profundas y sinceras, como ésta de un palestino: “Toda nuestra vida es un problema basado en otro problema. Como los edificios: piedra sobre piedra, problema sobre problema. Muerto sobre muerto sobre muerto, todo se convierte en conflicto”.
Quizás antes de entrar al cine sea conveniente estar enterado de algunos aspectos básicos de la situación política de la región, porque la película no aporta datos duros ni demasiada información que contextualice las imágenes y los diálogos. Tampoco hay una actualización temporal de lo que ocurrió durante estos quince años (aunque tal vez nada haya cambiado demasiado). NEY funciona, entonces, como una fotografía personal del estado de las cosas en el año 2000. Una cautivante postal de una guerra que parece no tener fin.