Un viaje iniciático hacia el horror
Como su mismo director comentó, el viaje que emprendiera a Israel hace 15 años fue una especie de aprendizaje hacia una zona de iluminación que recién se definiría (o no) en el futuro. Nicolás Avruj aunó su mirada de tiempo atrás con la reconstrucción actual de un mundo en guerra, trazado a través del enfrentamiento entre israelíes y palestinos. El director, por lo tanto, cruzó fronteras y fue más allá del territorio de sus orígenes y ancestros, ya que partió desde Jerusalén hacia la franja de Gaza y más tarde a Cisjordania.
Ejemplo de documental en forma de reconstrucción genérica, el trabajo de Avruj autoriza más de una reflexión. Democrática en su amplia visión sobre el conflicto, donde no aparecen buenos o malos, ni vencedores y vencidos, sino un mundo a punto de estallar en mil pedazos debido al propio conflicto bélico, pero también a raíz de una ideología religiosa tan fanática y asesina como el paso mortal de un tanque victorioso.
En ese sentido, el film entrevista a individuos de ambos bandos: civiles, líderes religiosos, chicos provistos de ametralladoras, sobrevivientes de la soberbia y la sinrazón. La voz en off, por suerte, no baja líneas ni sentencia, sino que carga con una serie de preguntas sin respuestas, las del mismo director, acaso también las de un hipotético espectador.
El relato histórico sobre el conflicto también triunfa por su didactismo, en un mismo punto de equilibrio que el de esas (pocas) voces que reclaman por una paz lo antes posible. Pero no, el miedo a la oscuridad acecha, el sonido en off de las armas de la muerte intimida y las explicaciones y justificaciones de algunos de los entrevistados resuenan vacías, casi sin sentido.
El viaje iniciático, por lo tanto, se convierte en un manifiesto sobre un mundo que se desmorona, que vive asustado, aterrado por decisiones tomadas por los poderosos y por los dueños de la palabra a través de las creencias religiosas.
En la hora y media de NEY: nosotros, ellos y yo, Avruj mira y no juzga, observa con detenimiento y decide no señalar con el dedo acusador. Constata y nunca subraya el horror.