El conflicto eterno
Hay dos momentos de esos que surgen en los documentales casi “sin querer”, y que precisan de un buen ojo como el de Nicolás Avruj para destacarse y resultar fundamentales para definir una película: el realizador llega hasta una casa en Cisjordania donde acaba de haber un ataque de las tropas israelíes y se encuentra con unos hombres, que informan sobre unos niños de 2 y 5 años que dormían en esa pieza ahora arrasada. “¿Vos querés a los judíos?”, le pregunta uno de ellos al niño, a lo que este responde “sí”; no sólo una vez sino dos veces a partir de la repregunta: “¿cómo podés quererlos si te acaban de destruir todos los juguetes?”. Ese carácter ingenuo del niño es la única respuesta, un pequeño resquicio de paz y esperanza, frente al horror que registró Avruj en su ópera prima NEY – Nosotros, ellos y yo.
El otro momento se da al cierre. Nosotros, ellos y yo es la recuperación del director y habitual productor (La mirada invisible, Refugiado, Mi amiga del parque) de un material registrado hace una década y media, cuando realizó el típico viaje para conocer sus raíces en Israel. En ese final regresa su abuela, personaje clave en el prólogo, una referente de la comunidad sionista en Argentina. Allí, la anciana deja un mensaje en el contestador telefónica de Nicolás preguntándole por lo bien que la pasó en el viaje. Es un comentario habitual de abuela compinche, que por un lado sirve como anotación irónica sobre el panorama de guerra constante que ofrece el Medio Oriente, con sus odios ancestrales y políticos, y por el otro es una reflexión inconsciente sobre cómo la lejanía impide conocer la complejidad de un conflicto específico.
Avruj obtiene varios aciertos. En primera instancia le da un peso real a su experiencia de viaje, elemento un poco habitual del documental argentino contemporáneo que no siempre resulta satisfactorio: cuánto del orden de lo privado resulta en verdad atractivo para el público en general, uno se pregunta. Aquí ese efecto se logra porque el realizador pone el ojo no sólo sobre un tema que lo involucra emocionalmente (los mejores pasajes son aquellos donde se descubre sin respuestas y en duda sobre la necesidad de traición o defensa de sus orígenes), sino porque además es un tema universal -más allá de palestinos e israelíes en sí- en el que se pone en primera plano el tema de lo propio y lo ajeno, nosotros y los otros, o cómo abordar esa otredad que nos resulta amenazante.
Otro terreno sobre el que avanza Nosotros, ellos y nosotros es el del documental autorreferencial, subgénero en exceso transitado que por la operación de la temática universal halla no sólo una justificación, sino también un motivo de interés cinematográfico: Avruj, que llegó a Israel con el sólo motivo de conocer y visitar familia, se termina convirtiendo casi en un reportero de guerra, pero contra el conocimiento que debería imponer aquel rol hay aquí más preguntas que respuestas. Sus ojos se abren a un mundo que desconocía, para revelarlo en su más puro estado, aún contra su propia conveniencia: los testimonios son realmente tremendos, especialmente aquellos de los más beligerantes, de un lado y del otro.
La película, finalmente, se completa en el presente. La voz en off de Avruj no es la de aquel viajero sorprendido, sino la de este adulto que recién una década y media después descubre cuál fue el sentido de aquellas imágenes. El juego entre esas imágenes y la voz en off es fundamental, porque el tiempo que pasó lo es también para el realizador. Que el documental no haya perdido actualidad es en parte acierto de Avruj y un montaje tan urgente como ajustadísimo, como así también de un mundo que se esfuma en refriegas económicas, políticas, territoriales, religiosas, circular y eternamente. Nosotros, ellos y yo no ofrece respuestas orales, apenas aquellas secuencias que mencionábamos como un atisbo de paz pero no hacia el futuro, sino tal vez para entender por qué las cosas no funcionan como los espíritus humanistas pretenden. Falta ingenuidad, sobre lejanía. ¿Será posible un acuerdo?