David (David Ransanz) es un joven español, tiene tres hijos que van a la escuela primaria, no tiene trabajo, vive con sus padres y trata de cumplir su sueño de ser cantante de hip-hop y vivir de ello. Da recitales en pequeños recintos y graba cd´s para venderlos entre amigos y conocidos.
Esa es la vida del protagonista, pero no es ficción, es realidad. El director Adrián Orr, que es amigo del músico, decidió retratar la vida de esta persona en una película que no es un documental ni un reality, pero se le parece bastante.
Porque no hay conflictos, ni puntos álgidos que hagan cambiar el rumbo de la historia. Simplemente es el transcurrir de unos días. Mostrarnos cómo se relaciona con sus verdaderos hijos, ejerciendo en solitario el duro oficio de ser padre, al que lo ayuda su madre. También lo vemos componiendo una canción en la computadora, los encuentros nocturnos con su novia y la irritante acción, en casi todas las escenas, de estar fumando un porro, como si fuese un cigarrillo común.
La cámara es un testigo privilegiado de las vivencias de la familia. Logra inmiscuirse en la habitación donde duermen los chicos y nos permite apreciar sus despertares. Que son muy lentos, aunque su padre intente apurarlos.
David, pese a todo, intenta hacer una carrera y concretar su deseo.
La cotidianeidad es lo que predomina. No hay otra cosa que llame la atención, es decir, que el contenido del film no tiene un fundamento consolidado como para que merezca ser un largometraje.