Con bajísimo presupuesto y lo que podría definir, sin ironía alguna, muchos “recursos humanos”, esta pequeña película se centra en la vida cotidiana del personaje cuyo apodo le da título al filme, un treintañero que se dedica al hip-hop, tiene que hacerse cargo de sus tres hijos y no le queda otra que vivir en la casa de sus padres. Interpretado por la verdadera familia en algo que podríamos definir como docuficción, la película de Orr se ocupa de detallar los esfuerzos diarios de David por cumplir su función de padre –que no son pocas– mientras intenta sobrevivir a la difícil situación económica en la que se encuentra.
El disparador dramático del filme es la posibilidad de que su novia actual se vaya al exterior a hacer una beca, pero en su breve desarrollo el acento del filme está puesto en el detalle de la relación del padre con sus hijos, que por momentos parecen no prestarle atención pero que, finalmente, dejan en claro que tienen un vínculo profundo con un hombre que, pese a sus limitadas posibilidades y caótico estilo de vida, hace lo posible por crear un fuerte lazo con ellos. Mostrándolos buena parte del tiempo en el espacio cerrado y bastante oscuro en el que conviven, la película deja por un lado una sensación de desamparo y angustia, pero a la vez deja entrever una pequeña luz ligada a ese protegido espacio familiar que logra construir pese a un desangelado universo que pone todas las fichas en su contra.