Niñato

Crítica de Guido Pellegrini - A Sala Llena

Una cámara en mano que persigue a los personajes, tomas extensas que revelan la cotidianeidad de los protagonistas, conversaciones que no parecen relevantes pero que iluminan detalles cruciales, cuerpos que se mueven como si no supieran que están siendo filmados, niños que actúan como si no estuvieran actuando. Niñato (2017) es la típica película festivalera. Cumple todos los requisitos del cine contemplativo contemporáneo, como si rindiera examen. Por suerte, también hace casi todo bien. Es irreprochable. No nos desvela con las posibilidades del medio, pero logra lo que se propone.

David se dedica al hip hop y no tiene un mango. A sus 34 años, vive con su madre y mantiene a tres hijos, Luna, Mimi y Oro. Este último es el más problemático. Cada día está menos interesado en los deberes y más ansioso por jugar a los videojuegos. Sus notas en la escuela están empeorando. Se aburre fácilmente y si alguien dice algo que no le gusta, se tapa los oídos. Pero también es el que más admira a su padre. Se sabe de memoria las letras de sus canciones y las canta en la ducha. También tiene batallas de rimas con David. Sin duda, de sus pequeños, Oro es el que más se le parece. Y quizás, por este motivo, tiene miedo de que siga sus pasos. Aunque tampoco David es enteramente culpable de su derrotero económico. En esta España moderna, todo es gris y opaco. Escasea el laburo y el dinero, también.

De vez en cuando, David se junta con su novia. Son instantes de paz. Pero ella está a punto de conseguir una beca y partir hacia tierras lejanas que para él solo serán accesibles por Skype. No hay precisamente un desarrollo de los personajes, al menos desde el punto de vista psicológico. El director Adrián Orr y la guionista Ana Pfaff se concentran más en las relaciones entre los protagonistas. La novia de David es un espacio, un refugio, que pronto desaparecerá. Los hijos de David son puro potencial. Los adultos necesitan creer en ellos, los impulsan en la escuela, para así poder imaginarse una vía de escape, una alternativa a la realidad que los rodea, aunque sea para las próximas generaciones. David, por su parte, está siempre en movimiento, tratando de equilibrar una relación amorosa, una carrera artística y su labor de padre. Recibe ayuda de su madre y de su hermana. Todos están en la misma y salen para adelante como se puede.

La cámara suele ir detrás de alguien o quedarse quieta. En estos segundos casos, se enfoca en una figura, generalmente Oro o David, que puede estar sentada o tirada en la cama. Desde algún lugar que no vemos, más allá de los límites del encuadre, llegan voces que casi siempre son un reclamo. Oro es el que recibe la mayoría de las quejas, el que siempre está haciendo algo mal: o no se despierta a la mañana o no completa los ejercicios de la escuela o no quiere hablar sobre su rendimiento académico o no quiere hablar a secas. Quizás lo mejor de la película sea cómo sugiere, a través de estas voces que vienen desde afuera, la desesperación y exasperación de los adultos, que tal vez esperan que los más jóvenes se pongan en marcha y saquen a todos del lío nacional (o internacional, ya que estamos) en el que están envueltos.