Pequeños monstruos
Si las películas de terror tuvieran que completar una lista de requisitos, No le temas a la oscuridad no dejaría un casillero sin tachar en la categoría más clásica del género. Hay aquí un escenario inquietante: una casa enorme y antigua en medio de un paisaje solitario, un sótano prohibido y una niña con problemas afectivos. Hay, también, a medida que avanza la narración, todo el set de conocidas calamidades: tormentas, cortes de luz, objetos que se caen solos y puertas que se abren y se cierran.
Sin embargo, pese a toda su arquitectura gótica de suspenso, esta producción de Guillermo del Toro, dirigida por Troy Nixey, se interna en la variante fantástica del terror, que tanto le fascina al director y productor mejicano (El laberinto del fauno), de modo que a los ítems antes mencionados se les suma lo principal: unas criaturas pequeñas parecidas a elfos o duendes aunque muchos más crueles.
La mansión donde se desarrolla la trama tiene una historia: en el siglo XIX perteneció a un tal Blackwood, un dibujante naturalista cuyo hijito le fue arrebatado por estas criaturas de la oscuridad, que según la leyenda se alimentan de dientes y huesos humanos. Un siglo después, Alex (Guy Pearce) y su novia Kim (Katie Holmes) están restaurando la casa para venderla a algún millonario con inquietudes estéticas. En ese marco de trabajo, llega la hija de ocho años de él, Sally (Bailee Madison), una niña atormentada por la separación de sus padres: seria, solitaria, perturbada y bastante odiosa al principio, que no se lleva nada bien con la novia de su padre.
Desde ese momento y de manera intermitente, la película intenta plantear dos posibles lecturas: que los miedos sean proyecciones mentales de la niña o que provengan de una amenaza real. No se sabe si por honestidad narrativa o impericia, este conflicto interior es parcialmente anulado y reemplazado por un conflicto bien exterior: la niña (ya aliada con Kim) contra los monstruos subterráneos.
La frontera entre el bien y el mal, que es lo único interesante que pueden plantear los relatos de terror, queda trazada demasiado rápido en No le temas a la oscuridad: de un lado, los humanos y del otro, las criaturas. Es tan nítida la franja que en cierto sentido se transforma en una película de guerra, con dos bandos enemigos y una serie de ataques y contraataques, sin zonas intermedias entre el polo de los buenos y el de los malos. Por más que hablen y traten de hechizar a la niña con sus susurros, las criaturas siempre son mostradas como repulsivas, parecen monos cruzados con insectos. No tienen la oportunidad de fascinarnos ni de justificar su voracidad. Y eso las vuelve menos siniestras, porque no hay nada familiar en ellas.
La manera en que se desarrolla la historia también es bastante clásica, con una progresión creciente del ritmo y una cierta gracia inquietante en las escenas en que los pequeños monstruos atacan a los humanos de forma enloquecida y coordinada a la vez. Pero si uno se guía por el nombre del productor y tiene la expectativa de encontrarse con un despliegue visionario de un mundo fantástico y amenazante, deberá esperar a una película en la que Guillermo del Toro también figure en el rubro “director”.