Luego de finalizada la proyección de “No le temas a la oscuridad” pensé: Me parece que hay una gran confusión. Hay que recordarle a Hollywood que la gente va al cine para sentir miedo gracias a ver la película y no por culpa de la misma. Es una gran diferencia.
En “No le temas a la oscuridad” todo empieza hace muchos años. Un pintor ha realizado un gran mural de contenido horrible en el sótano de una gran mansión. Usted puede preguntar para qué sirve un mural ahí donde apenas hay luz de vela. Se lo digo: para anunciar al espectador lo que va a ver dentro de un rato quitándole el factor sorpresa. Además, el hombre es artista y puede hacer lo que quiere, ¡que tanto, ché!
El pintor ofrece sus propios dientes en un platito a unas voces que con cámara subjetiva suenan fuera de campo, pero dentro de una estufa tipo salamandra. A cambio pretende que le devuelvan a su hijo. No sólo esto no ocurre, adicionalmente se lo llevan a él haciéndolo entrar por la hendidura de la estufa como si el hombre estuviera hecho de telgopor.
No se preocupe si no entiende mucho. Durante los títulos las voces se siguen escuchando y le anticiparán todas las intenciones que tienen. Confórmese. Al menos no le cuentan el final.
La acción pasa al tiempo presente. Vemos a Kim (Katie Holmes) y a Alex (Guy Pearce) esperando a la hija de éste en el aeropuerto. Sally (Bailee Madison), de unos 7 u 8 años, viaja sola porque la madre no puede, no quiere o no sabe tenerla (nunca nos enteraremos). Los tres se dirigen a la mansión, ya que la pareja vive de restaurar viejas construcciones. La nena tiene resentimiento por la situación que viven debido a la separación de sus progenitores, rechaza a la novia del padre y siente el miedo que le produce algo raro que percibe en la vieja casa. Gracias a Dios, nos enteramos de todo esto por los diálogos. Si fuera por Bailee Madison estaríamos muy confundidos, pues tiene algunos momentos en los que parece tentada a reírse, en tanto que en otros manifiesta estar asustada, estados que, como mucho, sólo llega a traducirlos en una expresión de cara de abanderada en un acto de colegio. Es por lejos la peor dirección de actores chicos en mucho tiempo.
Sigo. La nena dice que tiene miedo, pero igual se adentra en el lugar más tenebroso de la casa, o sea el sótano. Allí escucha voces invitándola a jugar y demás bobadas. Incluso llega a desatornillar la puertita de la estufa produciendo la liberación del “mal”. Esto es (son) unos bichos marrones de la altura de una muñeca Barbie, con el temperamento de Horacio Pagani, y cuando dejan de susurrar para graznar parecieran tener la caja torácica de Plácido Domingo.
Al primero que atacan es al jardinero. Un hombre, de pocas e inútiles líneas de diálogo, que en lugar de pisar a los demonios, barrerlos a escobazos o echarles insecticida, se deja morder por ellos hasta terminar en un hospital.
A partir de ese momento Sally intentará hacerse escuchar por el padre quién demuestra dos preocupaciones: vender la casa restaurada y lograr que su hija se lleve bien con su novia. Los bichos, que salen por todos los conductos posibles, evitando la luz y rompiendo todo lo que pueden, parecen primos de aquellos Gremlins, pero están horriblemente diseñados por Keith Thompson.
“No le temas a la oscuridad” tiene algunas otras incoherencias en el guión de Guillermo del Toro y Matthew Robbins que rompen con el verosímil; aburren y provocan más bostezos que tensión. Pobre el debut como realizador de Troy Nixey, aunque cualquiera agarraría este guión si debe, por ejemplo, tres meses de alquiler, para saldar su deuda.
Los efectos especiales parecen de la época del primer “King Kong” (1933), con perdón de aquél pionero de los efectos, con una dirección de fotografía de Oliver Stapleton bastante desacertada, sobre todo en las escenas de la habitación de Sally y en el sótano, locaciones donde a veces hay más luz de la que propone el set y viceversa.
No se extrañe si hacia el final se producen algunas risas, es debido a la tremenda ridiculez de los diálogos. Insalvable partiendo desde el contradictorio título de la producción. Si se la toma en serio la producción es como mínimo una broma. Por suerte todo pasa.
Respecto a “No le tema a la oscuridad”, témale a una secuela.