Cuento de hadas perverso
No le temas a la oscuridad es una remake de un telefilm de 1973 donde una pareja se mudaba a una vieja mansión, pero pronto descubrían que estaba habitada por una suerte de duendecillos demoníacos. El terror que no se explica siempre es el más efectivo: simplemente porque tememos a lo que desconocemos. Poco se explicaba sobre esas criaturas. Sólo sabíamos que hacían lo imposible para atrapar a Sally.
La versión 2011 se explaya sobre la mitología de los monstruos. Es un acierto, en parte, porque uno de los guionistas es Guillermo del Toro, quien además produjo el film. Se nota la mano del director de Mimic y El laberinto del fauno: Sally es ahora una chiquita que se muda con su padre y la madrastra (Guy Pearce y una muy linda Katie Holmes) a la mansión embrujada. Los duendes comen dientes humanos y son más bien hadas malignas que parecen divertirse aterrorizando a los visitantes. Lo terrorífico siempre estuvo ligado a lo fantástico y allí es donde esta nueva versión de No le temas a la oscuridad es efectiva. Si bien la original era mucho más inquietante, esta opta por expandir el universo fantástico. Incluso se anima con unas bienvenidas secuencias cómicas.
Por ejemplo, la misma secuencia -la cena con los inversores- en ambos films es bastante distinta. En la versión para televisión, no veíamos a los duendes y por eso resultaba escalofriante. En esta película los duendes ya no nos causan miedo, porque gracias al CGI ya hemos visto varias veces, pero resulta cómica y en cierto sentido, inquietante: sabemos que la protagonista tiene evidencias sobre ellos (obviamente, nadie le cree) pero también sabemos que los duendes se la quieren sacar.
Los duendes fueron el principal atractivo de la versión '73 y lo siguen siendo ahora. Porque no son simples máquinas de matar, sino que parecen tener personalidad propia y disfrutar sembrar el pánico. Las voces que escucha Sally al principio son amistosas, pero luego se pondrán más y más violentas. Además, ver cómo se las ingenian para atacar a los humanos, mucho más grandes y fuertes que ellos, siempre es interesante.
Ver cómo mutilan a un hombre, no nos asusta ni nos impresiona. Pero cuando la habitación de Sally está apenas iluminada por una lámpara, y distinguimos la figura de un duende detrás de un oso de peluche, sí nos asusta. Principalmente, porque la heroína es una niña. Allí es donde la magia aparece y la película se salva de terminar sepultada en el cine de terror mundano. La dirección de arte logra que la mansión tenga vida propia (ok: no es el Hotel Overlook) y nos muestra dibujos demenciales sobre criaturas del inframundo acechando a los niños. Del Toro había hecho algo parecido en la breve -pero memorable- secuencia del hombre pálido en El laberinto del fauno.
Se nota que el género no sólo está en decadencia, sino que además sufre una crisis de identidad: este mismo año Wes Craven se auto-parodió con Scream 4. Tuvimos dos estrenos -atrasados- de maestros del terror: pero ninguno demostró estar a la altura de lo que alguna vez fueron. Ahora otra remake, que apenas es efectiva cuando se trata de impresionarnos y dejarnos con escalofríos. Por suerte, el cine de terror no se trata sólo de asustar: tiene que ser una buena propuesta artística, antes que nada. No le temas a al oscuridad lo es.