Es difícil saber cuán grande es la diferencia entre lo que es No llores por mí, Inglaterra y lo que intentó ser. Acá interviene lo que uno cree que se intentó hacer: una comedia sobre fútbol y política ambientada durante las Invasiones Inglesas, con críticas veladas y no tanto al presente. El resultado es bien distinto porque de comedia hay bastente poco, de política se insinúa algo al comienzo y nada más, y como película deportiva futbolera, esa gran cuenta pendiente del cine argentino, deja todo que desear.
La cosa es así. Los ingleses desembarcan en Buenos Aires y toman control de la ciudad. Para distraer a los criollos y que no opongan resistencia, les hacen conocer un nuevo deporte: el football. El General Beresford (Mike Amigorena) contrata a Manolete (Gonzalo Heredia), un inescrupuloso organizador de peleas, para que organice un partido entre los locales y las tropas inglesas, aunque obviamente la orden es que los ingleses tienen que ganar. Manolete contrata a San Pedrito (Diego Capusotto), un director técnico, para que arme el equipo. Y hacia el final, claro, tendrá que decidir si obedece las órdenes de Beresford o si elige el patriotismo y la honra deportiva. Todo eso mientras Santiago de Liniers (Fernando Lúpiz), desde Montevideo, prepara la reconquista de la ciudad.
El supuesto humor de la película pasa casi exclusivamente por los anacronismos: personajes que hablan con lunfardo del siglo XXI en el XIX, que juegan con un spinner, ingleses que dicen que vienen “a trabajar en equipo y unir a los criollos” (guiño guiño), y demás situaciones. No hay chistes de guión, es todo más bien actitudinal. Capusotto hace sus morisquetas, Mirtha Busnelli hace las suyas (ella sí está realmente graciosa), pero es como si ellos dos se cortaran solos, como si supieran que como el guión no tiene gracia, la gracia la tienen que poner ellos. El problema, además de que llega un momento en que con las monerías ya no alcanza, es que el resto de los actores no están en la misma sintonía.
Hay que decir que Heredia sale bastante airoso como protagonista de una película que no es una comedia sino una deportiva o de aventuras. Aunque si dejamos de intentar reírnos y nos abandonamos a la trama, tampoco vamos a recibir ninguna recompensa. Como en toda película deportiva, hay un partido en la mitad, entre Rivera y Embocadura (antepasados de River y Boca, obviamente), y otro al final, entre Argentina e Inglaterra. Pero a pesar de que ahí están José Chatruc, Fernando Cavenaghi y hasta Evelina Cabrera, la fundadora de la Asociación de Fútbol Femenino Argentino, las secuencias futbolísticas carecen de tensión y de emoción. La intensidad desatada de Capusotto, que putea y grita sin parar, contrasta con la indiferencia que las jugadas provocan en el público. Hay algo de ineptitud en la manera en que están filmados los partidos (mucho corte que impide seguir las jugadas, por ejemplo) pero lo más probable es que Néstor Montalbano, el director, creyera que el interés pasaba por otro lado.
No llores por mí, Inglaterra es apenas una película floja, como hay miles en el mundo cada año. Pero está tan cuidadosamente calculada que es un poquito irritante. Sus realizadores metieron fútbol, nacionalismo, un personaje que podría no existir interpretado por Matías Martin (¿para que le dé manija en la Metro?), filosofía nacandpop, una canción de El Mató y la estrenan cerca del Mundial. Todo eso estaría perfecto si, distraídos con toda esa estrategia, no se hubieran olvidado de hacer lo que hay que hacer en una comedia deportiva: pensar chistes y filmar bien los partidos.