Revolución futbolística.
¿Qué habría pasado si en 1806 las invasiones inglesas hubieran sido un partido de fútbol en vez de un conflicto territorial entre naciones? Con esa disparatada premisa llega No llores por mí, Inglaterra, una comedia histórica que combina el espíritu revolucionario argentino pre independentista con su pasión más grande: el fútbol.
El Comandante Beresford ha llegado a suelo rioplatense con un único fin: la conquista. Pero tiene un problema. Sus tropas están retrasadas y su presencia empieza a suscitar dudas entre los pobladores locales. Pero en un rapto de creatividad, se le ocurre la solución para darle algo que hacer a los curiosos argentinos mientras su ejército se apersona: esta gente tiene que jugar al fútbol. Con una tosca demostración y el reparto panfletario de las reglas básicas, en un abrir y cerrar de ojos todo criollo que se precia de tal adopta el balón pie como estilo de vida, por lo que las oportunidades empiezan a florecer. Manolete, oportunista local dedicado a realizar negocios con lo que sea, ve el potencial de este nuevo deporte y enseguida se pone a organizar equipos, partidos y campeonatos en una gesta que decantará en un épico encuentro entre los seleccionados de Argentina e Inglaterra donde habrá en juego bastante más que la gloria y la nobleza deportiva.
Tan alocada como es la promesa de su sinopsis es que se presenta la obra del director Néstor Montalbano. Con un elenco protagónico que incluye a Mike Amigorena, Gonzalo Heredia, Diego Capusotto, Laura Fidalgo, Luciano Cáceres, Roberto Carnaghi, Mirtha Busnelli, Matías Martin y los ex futbolistas José Chatruc y Fernando Cavenaghi, No llores por mí, Inglaterra propone una aventura bastante entretenida que trata de reversionar los inicios de la rivalidad argentino inglesa a través de un relato cómico que entremezcla referencias históricas con alusiones futbolísticas.
El problema es que el resultado es exactamente ese. La historia troncal, por la que un partido de fútbol puede decidir una contienda bélica en medio de incontables cruces amorosos entre sus protagonistas, no suscita demasiado interés. De esta manera, la gracia de algunos personajes, lo ridículo de algunas situaciones y, sobre todo, esos guiños histórico futboleros son los únicos puntos salientes que nos permiten mantener cierto grado de atención durante los 103 minutos del film. Un partido preliminar entre dos recientemente conformados equipos llamados emBOCAdura y la RIVERa, un director técnico digno de selección argentina llamado Sanpedrito y el elemento bizarro aportado por dos ex jugadores profesionales hacen un poco a ese folklore que la película trata de reivindicar, cosa que por momentos consigue en forma bastante grotesca. Pero a pesar de mantener un frenesí rítmico durante prácticamente toda su duración, ese problema narrativo no deja de aflorar, quitándole peso al desenlace, hartando por momentos al espectador y reduciendo toda la producción a la capacidad del público de reconocer alegorías y subtextos bastante obvios.