Comedia despareja.
Lo mejor que tiene No llores por mi, Inglaterra son dos cosas: El afiche y el título. Ninguna de las dos cosas influyen sobre el contenido de la película, pero igual merecen ser destacados. El título, herencia del musical británico que ayudó a creer el mito de Evita fuera de la República Argentina, es una buena cita y tiene algo de simpatía. El afiche, al estilo de los films de acción de las últimas décadas del siglo XX, es realmente muy lindo. Mis felicitaciones a quien lo haya diseñado.
Ahora bien, la película es otra cosa. La historia que cuenta el nuevo film de Néstor Montalbano (Cómplices, Soy tu aventura, Pájaros volando) transcurre en el momento el cual fuerzas inglesas invaden el Río de la Plata con el fin de de quitarle a España el control de su colonia. El protagonista es Manolete (buena actuación de Gonzalo Heredia) un criollo chanta que terminó preso porque una pelea de catch arreglada no sale como lo había planeado. Él y su esposa Aurora (Laura Fidalgo) aprovechan la invasión para soñar con un futuro mejor en Brasil. Pero la invasión inglesa con Beresford (Mike Amigorena) al mando, complicará las cosas para todos. Los ingleses son pocos y hay resistencia, por lo cual Beresford decide fomentar un deporte nuevo llamado football, primero como exhibición, luego apoyando, con colaboración de Manolete, un partido entre dos barriadas antagónicas, La Rivera y Embocadura. Ese es solo el comienzo de esta comedia con tintes satíricos pero fundamentalmente con códigos de humor absurdo.
Fútbol, nacionalismo, comedia, una combinación que podría haber dado cualquier resultado. El temor de un relato lleno de fascismo patriotero se disipa, por suerte, y la película elige un tono más inocente y de chistes que buscan esquivar atacar de frente a los temas más complicados. Hay muchas insinuaciones políticas, claro, pero no tienen ni la potencia ni la solemnidad de un film político. Analizar ideológicamente No llores por mi, Inglaterra es otorgarle una intención que no tiene o que no busca poner en primer plano. La comedia es lo principal, como lo fue en las otras comedias del director.
Desde las primeras escenas el guión deja claro que no busca realismo ni rigor histórico, todo, incluyendo el fútbol, forma parte del humor, no de los manuales de historia. Anacronismos fuertes y obvios se multiplican y son el tono del film. Lamentablemente luego de una media hora inicial con ideas y mucha fuerza, la película se estanca, se vuelve larga y repetitiva, y la mayor parte de los chistes carecen de timing o gracia. Algunos guiños y presencias cercanas al fútbol argentino conseguirán con su demagogia algunas risas en la platea. Algunos momentos de humor están logrados y algunos méritos parciales también sorprenden. Fernando Lupiz interpretando a Liniers hace despliegue de sus habilidades para el esgrima y también da con el humor. Sus escenas, breves, funcionan muy bien. Para sorpresa de los espectadores, la mejor escena a nivel técnico es la batalla. Las escenas de fútbol, se sabe desde siempre, son otra cosa. No es fácil lograr buenas escenas de fútbol, aun con jugadores profesionales involucrados.
El problema de la película no es su ideología. Temas complicados como la Guerra de Malvinas no es encarado ni en chiste, aunque se habla de que es mejor jugar al fútbol que hacer guerras. El nacionalismo tampoco está recargado, y hay palos para todos lados, como debe ser en una sátira. Sí hay muchos lugares comunes, algunos menos simpáticos que otros, y alguna frase por aquí o por allá puede caer mejor o peor. Por lo demás, se trata de una estructura de film de deporte con humor populista. Algo así como una vieja película de Manuel Romero o un film de deportes como los americanos suelen hacer con el fútbol americano, el básquet o el beisbol. Tal vez, y a diferencia del mencionado Romero, le falta un poco de luminosidad y final festivo con todos hermanados. Cada película tiene derecho a tener sus propias ideas. Y la dama en desgracia de la película, Aurora, es un personaje que no tiene su razón de ser y carga sobre sus hombros las peores escenas del guión. Recién al final, para armar una escena de aventuras clásicas, queda justificada su presencia. Lo mismo pasa con varios personajes, abandonados a su suerte, con saltos en la historia que muestran una gran desprolijidad, saltando a varias escenas clava de forma atolondrada y sin mucha fluidez narrativa. La película se ve muy pobre en sus escenas de efectos especiales, muy por debajo de su desarrollo en vestuario y locaciones que ayudan a la dirección arte a ser creíble. No llores por mí, Inglaterra prefiere no generar polémicas ni provocar controversia, es solo una comedia liviana que parte de una buena idea pero que no logra entretener ni hacer reír.