Gabriel Arbós se ha especializado en los últimos años en producir una serie de filmes que profundizan sobre una problemática que, recientemente, ha tomado trascendencia por los alarmantes números y estadísticas.
La violencia de género avanza a pasos agigantados con la complicidad de instituciones patriarcales que miran hacia otro lado cuando una mujer, víctima de algún tipo de vejación, denuncia, luego de tomar coraje su situación.
Si en sus anteriores filmes ”Carlos Monzon: El segundo juicio” y “Campos de Sangre” la ficción tomaba un caso verídico de violencia contra la mujer y femicidio y lo narraba desde una puesta cinematográfica convencional, en esta oportunidad, y gracias a la solvencia de sus actores principales, Ana Celentano y Alejo García Pintos, “No me mates:la historia de Corina Fernández” (2016), se presenta como una docuficción con un límite muy lábil entre ambos géneros y registros, algo que se celebra porque logra trascender la anécdota.
El caso de Corina Fernández, el primero considerado como femicidio en el país, fue un proceso largo que terminó en los tres tiros que su pareja le dio a la salida del colegio de sus hijas y cuando Corina Fernández le acercó a Arbós, luego de haber sus anteriores filmes, la inquietud de poder construir un relato de su historia se hizo evidente.
Una de las principales virtudes de “No me mates…” es justamente aquello que al realizador se le ocurrió, ubicarla a Fernández dentro de la película como un actor más, testigo de su propia historia y relato.
“No me mates…” comienza con una entrevista tradicional a la mujer, quien, mirando a cámara, va contando alguno de los sucesos atravesados desde casi el primer día que conoció a su pareja. Arbós ilustra ese relato con imágenes, primero de un idilio en la playa y luego, esa luminosidad comienza a oscurecerse, a volverse cada vez más siniestra con imperceptibles situaciones de violencia diaria que ejercían en ella.
El relato transcurre entre la ficción, la entrevista, y la incorporación como un actor más de Corina, quien asiste a algunos de los momentos claves del relato como una más del mismo, comentando con su rostro acciones o acompañando a Celentano.
La película deambula entre el aggiornamiento de ciclos clásicos de la TV Argentina como “Sin condena” y “Yo fui testigo”, pero también aporta su idea de verdad relacionada, justamente al caso, que la trae y la impregna, honestamente, y sin artificios, en cada uno de los fotogramas que la componen.
Seguramente la película luego de su exhibición comercial, seguirá un recorrido extenso por instituciones y espacios dedicados a contener y concientizar sobre una problemática que avanza y arrasa con la vida de los que participan de los casos, y que justamente, más allá de la casuística, permite analizar un fenómeno que se impone en la agenda y que debemos prestar atención como sociedad civilizada.