Precisión narrativa y firme dirección actoral jerarquizan una historia humanamente densa
Ser libre por convicción teniendo lo mínimo y necesario para subsistir. Donde las posesiones no son necesarias, sino las ideologías. El no deberle nada a nadie, sino a uno mismo. Las pérdidas no se lamentan, son inconvenientes momentáneos que no impiden seguir adelante. Acercarse a personas que aunque no tengan lazos de sangre son más importantes y afectuosas que sus familiares. Estas frases no son simples ideas a seguir, sino reglas de vida adoptadas a la fuerza, por transitar momentos ingratos que sirven para preservarse ante la adversidad.
Con estos conceptos en sus cabezas transitan los desolados campos de la llanura bonaerense, abordo de una camioneta de 1928 los protagonistas de esta historia, producida como una road movie ambientada en la década del ´30. Porque el protagonista de esta narración, el que carga sobre sus hombros con el peso de llevar adelante el relato, es Mateo (Leonardo Sbaraglia), un anarquista recientemente excarcelado cuyos objetivos inmediatos son recuperar su vehículo, que no sólo es su medio de transporte sino también, su vivienda, y el gallo de riña llamado “El Rey”. Pero, en los polvorientos caminos de un poblado se cruza con una pareja de hermanos, la adolescente Aurelia (Cumelén Sanz) y el niño, que está creciendo de golpe, Carmelo (Santiago Saranite), quienes también están en la búsqueda, pero en este caso del padre que se fue de la casa cuando el chico todavía no había nacido y sólo cuentan con un antiguo dato.
Planteado este panorama la directora Fernanda Ramondo, en su ópera prima, nos traslada a una época, y a un territorio donde hay muy poca gente, con pueblitos rurales semi habitados, bajo un calor y un sol sofocante que es un protagonista más de la película.
Cuando Mateo se decide a ayudar a los hermanos se establece un vínculo que, a medida que pasan los días, se va estrechando cada vez más.
Ellos salieron a la aventura para buscar lo que necesitaban para seguir viviendo, y el destino los sorprendió encontrándose entre ellos mismos para forjar una nueva relación.
La precisión de la estructura del guión, sumada a la buena dirección de actores, que hacen lo justo y necesario aportan credibilidad y exactitud a cada escena sin prolongarlas innecesariamente. Las miradas de Aurelia, la confianza inmediata que Carmelo deposita en Mateo, quien transmite su tranquilidad y bondad, son momentos que potencian a la obra.
La idea clara de lo que la directora quiere contar y el cómo hacerlo, donde la austeridad y la escasez de presupuesto es notoria, no hacen mella en la realización del film sino que eleva su valor y lo jerarquiza.