La más pequeña e independiente de las películas de la “maratón Leo Sbaraglia” de estos últimos meses es un cuento simple y discretamente emotivo acerca de Mateo, un hombre que sale de la cárcel y se pone como objetivo recuperar sus gallos de riña con los que se gana la vida. Corre el año 1934 y este sujeto un tanto hosco e individualista se topa con su total opuesto: Aurelio y Carmela, dos hermanos (ella bastante mayor que él) que van en busca de su padre hacia el sur de la llanura pampeana, pero que, desconfiando de todo y todos, prefieren caminar aunque sean cientos de kilómetros.
Mateo se ofrece reticentemente a llevarlos. Ella no quiere, pero el chico entabla una amistad con él, quien funciona de algún modo como padre sustituto. Un poco a la manera de LUNA DE PAPEL, los tres terminan juntos en la camioneta de Mateo, viviendo algunas aventuras y conformando algo parecido a una familia mientras buscan otras que acaso ya no existan o sean parte del pasado.
La película no ofrece mayores sobresaltos ni sorpresas y se sigue con interés, más que nada por la química que de a poco va creciendo entre los personajes y porque Sbaraglia es un actor que sabe dotar de muchas aristas ambiguas a su Mateo, un anarquista y ladrón, un tipo tramposo y vivillo que de a poco se va abriendo a estos dos seres perdidos en el medio de la pampa. Y algo parecido pasa con ellos, que pasan de la desconfianza al afecto poco a poco. Ese movimiento mutuo (además de la muy buena fotografía de época de Lucio Bonelli) es lo más rico e interesante que este filme, cuyo universo temático tiene puntos en común con LAS ACACIAS, tiene para ofrecer. Una nobleza asordinada, sin estridencias.