Como ya es costumbre en las últimas películas de animación, no hay mejor manera de bajar línea política y/o ecológica para la platea infantil de la casa que con animales parlantes. Norm of the North no se diferencia de la tendencia, pero en un escalafón más bajo que sus compañeras de terna.
Con un nivel de animación digital convincente y pasable, teniendo en cuenta que no proviene de un gran estudio, Norm... elige como tema principal el terrible calentamiento global en la forma del hábitat polar del protagonista del título, que ve amenazado su hogar cuando un megalómano villano lo elige como el próximo destino para construir un conjunto de viviendas y un shopping en pleno glaciar. Hasta acá todo bien, sigue los lineamientos generales de los films de turno, pero cuando Norm elige viajar a Nueva York para representar a su comunidad y todos lo confunden con un actor disfrazado de oso, el poco hilo narrativo verídico se va al garete.
Para cuando ese momento llega, no tiene mucho sentido analizarla en profundidad. Quizás sea el efecto de Inside Out y el producto de que Pixar nos haya mimado con su nivel de calidad en pantalla y detrás de ella, quizás no. Pero estamos frente a un intento bastante burdo, y por demás mediocre, de aleccionar a las nuevas generaciones mediante chistes rústicos, personajes secundarios que se asemejan sospechosamente a los pingüinos de Madagascar y a los masivos Minions. Hay momentos de inserción videoclipera con temas de moda y otros clichés del género tan pero tan obvios que resultan lastimeros de ver en pantalla.
Con una duración de hora y media, el castigo de Norm of the North es bastante leve para sobrellevar y que los infantes no se aburran. Lo que es imperdonable es la falta de ideas y la flaqueza mental con la que todo el proyecto fue construido.