Novias, madrinas, 15 años es el relato de un hallazgo, el de la sedería Kream ubicada en Once y de sus empleados. A todos se les da un espacio propio (delimitado por el fondo de un paño colorido, distinto en cada caso), una especie de confesionario desde el cual pueden contar con libertad los avatares de su trabajo y vida personal. Fuera de las anécdotas deliciosas que cada uno tiene para aportar, los chispazos más intensos se producen cuando varios entrevistados hablan de la misma persona y la construyen desde lugares distintos. Es el caso de Levy, el dueño o “empleador” (como lo llaman algunos), presentado como una especie de rival y noble antagonista por parte de Ricardo y como patrón cascarrabias pero de buen corazón en la versión de Andrés. Pero más allá de los testimonios, varios de los mejores momentos de Novias… aparecen durante las ventas: los protagonistas tienen tácticas múltiples para acercarse a un cliente y quebrar su resistencia, o cuentan con defensas varias ante el acoso de los posibles compradores. El truco de prender fuego un pedazo de seda para comprobar su calidad o el recitado de memoria de las bondades de cada producto dejan ver la frondosa experiencia en el rubro de los protagonistas y la puesta en práctica de sus mañas y triquiñuelas, además de exponer una mínima (pero impresionante) parte del vasto y complicado mundo de la compra y venta de telas y de sus innumerables especificidades. La marca de la ficción se instala con claridad en el documental de Diego y Pablo Levy, como se percibe en el armado de algunos planos, y la película no busca disimularlo. Pero fuera de ese manejo autoconsciente de las herramientas del documental, Novias… es el cuento de un descubrimiento, el del local Kream y de sus empleados amables, complicados y queribles.