Shane Acker es un animador que presta una increíble atención a las texturas: hay veces en las que Número 9 se convierte en una película puramente física, inclinada sobre todo al trabajo con lo material. Ese cuidado puesto en el detalle de las superficies que componen el mundo desolado por la guerra de Número 9 hacen de la película de Acker una suerte de film microscópico que ofrece sus mejores momentos cuando se entrega a la exploración de la tela, la madera o el metal. Así, está bien que la película utilice mucho el primer plano: permanecer cerca de la acción es la mejor forma de estudiar el universo físico de los personajes, que al ser chiquitos parece que estuvieran más expuestos al contacto con la materia del mundo y entablaran una relación de otro orden con ella. El asombro que surge de la contemplación de un cierre metálico, de un entrelazado de hilo o del choque visual entre madera tallada y metal brillante (así son las manos de 9) se potencia todavía más al tratarse de una película animada: Acker reconstruye con minucia cada detalle, cada elemento que conforma el espacio vital en el que sobreviven 9 y sus compañeros, y de a ratos podría pensarse que se está viendo una película de stop motion, sino fuera por la fluidez y la enorme expresividad de los movimientos.
Seguramente, el elemento de mayor dramatismo surja del contraste entre el enorme abanico de posibilidades que representa la visión microscópica de las cosas y la destrucción y el vacío interminables que azotan al universo de Número 9. Ese cambio de escala es aprovechado inteligentemente por Acker: así, se genera una suerte de desfasaje entre, por ejemplo, las fibras que componen cada uno de los hilos de los cuerpos de los personajes con el paisaje devastado y repleto de basura que se extiende hasta el infinito. 9 despierta en ese mundo destruido por una guerra humana (humanidad de la que, como en el principio de Wall-E, solamente quedan huellas), y la pregunta acerca de su vida y la de sus compañeros va a ser uno de los puntos de tensión más fuertes del film. ¿Por qué existen, qué tienen que hacer? Mientras la película mantiene esa incertidumbre, Número 9 resulta misteriosa y de una tristeza inconmensurable: la carencia total de certezas hace de la vida de los protagonistas una lucha cotidiana por la supervivencia a veces carente de significado. La muerte es sólo una amarga desaparición, un no estar acá que nada tiene de esperanzador descanso en otro mundo. Hay algo muy terrible en ese consumirse sin saber de los personajes que hace de la visión de Número 9 una experiencia dolorosa, casi angustiante. Ese tono entre melancólico y desconsolado es lo mejor que tiene para ofrecer la película de Acker, porque cuando el film se entrega a la búsqueda de acción y aventuras, el ritmo se vuelve forzadamente trepidante y la confusión se apodera de la pantalla. En esos momentos se huele algo de concesión a las exigencias del cine de animación más chato y mainstream (estilo Dreamworks, quizás), y el contraste con la historia que se venía desarrollando es tan grande que nos parece estar viendo otra película.
Sin embargo, la velocidad y el caos gratuito de algunos de esos pasajes no alcanza a dañar la poética desplegada por Acker: pocas películas, animadas o no, pudieron arrancarle tanto dramatismo a un pedazo de hilo. Aunque todo esto ya podía verse (con un grado menor de detalle, seguramente debido a una cuestión de presupuesto) en el corto 9 del mismo director; con el plus que allí la ausencia de diálogos hacía que el clima fuera todavía más inquietante.