No queda nada
Buenas intenciones y valores (solidaridad, espíritu de grupo, entrega desinteresada, valentía, amor) en una épica entretenida aunque no alcance para redondear una gran película.
En un mundo post apocalíptico donde ya no queda ni un atisbo de vida, donde todo es desolación y destrucción, donde la violencia parece haberse impuesto como dueña y señora, unos pequeños muñequitos de trapo, madera y metal aportarán el rasgo de humanidad que se ha perdido. El número 9 lanzado a la aventura encontrará en su camino a otros de su especie con diferentes números y capacidades (el tímido, la arriesgada, el inteligente, el gracioso) y un pedacito del alma de su creador en cada uno de ellos y procurará vencer a las máquinas que pretenden aniquilarlos.
Bajo la égida de Tim Burton que apadrinó el proyecto produciéndolo, el mundo que el director Shane Acker elabora tiene mucho de su mentor en la imaginación desbordada y el mundo extraño construido, en la oscuridad que lo cubre y los rasgos freaks y los apuntes de humor y sentimientos que despliega en los pequeños seres que inventa.
Toda una aventura épica, con cierta simbología religiosa, para un público más juvenil que infantil, que no da respiro y que como montaña rusa no se detiene sino recién con el último plano (lo que es su virtud y a la vez su problema, porque llega a agotar), el film derrocha técnica pero también alguna frialdad que no ayuda a provocar una empatía emocional fuerte de los espectadores para con los protagonistas y una sensación de alargamiento en su duración a pesar de sus 79 minutos.
Hay mucho y muy buenas intenciones (solidaridad, espíritu de grupo, entrega desinteresada, valentía, amor) pero algo falta para redondear una gran película.