Sombras en un mundo lleno de óxido
En el cortometraje origen, de 2005 aquél que suscitara muchos premios, una nominación al Oscar, y el interés de Tim Burton para la producción del largometraje , el particular homúnculo con el número 9 encuentra, con la ayuda de número 5, la forma de recrear una antorcha eléctrica. Quita, para ello, el foco de luz de una lámpara de pie, idéntica a la del signo identitario de los estudios Pixar. Aún cuando la referencia pueda parecer forzada, nada impide pensar en cierta deuda de admiración hacia el mejor sello animado de los últimos tiempos.
En este sentido, Número 9 comparte con Pixar inteligencia narrativa, pero prefiere -aquí sí la diferencia nodal otros rumbos estéticos. Si la primera aparición de 9 nos recuerda el mismo clima melancólico del pequeño robot Wall E (2008) y su mundo desolado, rápidamente la melancolía se vuelve mayor y más pesada. El mundo apocalíptico industrial que el realizador Shane Acker delinea para sus pequeñas criaturas se nutre de tintes frankensteinianos, de toques burtonianos, de la leyenda del Golem, y del hacer pesadillesco y expresionista de animadores maestros como el checo Jan Svankmajer y los hermanos norteamericanos Timothy y Stephen Quay.
En otras palabras, el planeta que habita 9 -último de una serie, que deberá encontrar a los números precedentes es consecuencia de un proceder humano victoriosamente fascista. La máquina ha pisado, finalmente, al hombre. Queda 9, con sus ojitos de obturador, como depositario de algún resquicio pensante, en un mundo que se ha poblado de seres monstruosos, posibles a partir de los restos de esa misma humanidad olvidada: muñecas tuertas, cabezas plásticas, cráneos rotos, garras de metal, huesos desarticulados, monumentos fabriles.
El recorrido de 9 no sólo explicará lo que hubo de ocurrir -aquello que el cortometraje supo tan bien esquivar , sino que también le significará un descubrimiento gradual y personal. No podrá evitar errores, algunos de ellos fatales. Lo que equivale a pensar Número 9 como un film atípico, donde la muerte juega un rol fundamental, con una presencia que no duda en ser terrible, tan ajena de esta manera a tanta película infantil que se asume y define desde este mismo adjetivo.
Sólo molestan, apenas, ciertos momentos de acción rápida, de piruetas de héroes acrobáticos, que desentonan con el espíritu del film. Pero no logran, de todos modos, interferir con el clima general de lluvia oxidada. Número 9, en este sentido, es sorprendentemente oscura, mucho más cercana -paradójicamente al mundo burtoniano que lo que supone la reciente y fallida Alicia en el país de las maravillas.
La gratitud del realizador hacia Burton, el productor, se manifiesta de un modo explícito en la participación musical de Danny Elfman, en la escritura del guión (Pamela Pettler es también guionista de El cadáver de la novia), y desde un lugar particular en la confección de uno de sus personajes, adicto a las descargas eléctricas y tan gratamente parecido al Oogie Boogie de El extraño mundo de Jack.