Tierra de las máquinas vivientes
En un tiempo impreciso, los homo sapiens ya no pueblan la biósfera, aunque no hay signos de vida biológica alguna. El alma humana esta diseminada en unos muñecos (de trapo) mecánicos y robóticos cuyos nombres son números. 9 es el protagonista y, tras “despertar a la vida”, irá conociendo a sus congéneres y a sus enemigos. Número 9 es una batalla y una persecución dispersas entre dos especies de máquinas, aunque la radicalidad humanoide de una de éstas influenciará respecto de la identificación del espectador. La misión es conocida: salvar el mundo, después de haberlo destituido de sus maravillas.
Los nueve misioneros son criaturas de apariencias similares pero diferenciados por su psicología. 9 es valiente y curioso, y hace muchas preguntas, como suele desaprobar 1, que oficia de líder y prefiere la seguridad del santuario, un refugio físico y simbólico.
Entre ellos hay disidentes, obedientes y hasta un posible lunático, que dibuja símbolos extraños, una clave casi metafísica para descifrar el mítico origen de todo. En el fondo, son criaturas como nosotros: quieren saber de dónde vienen y a dónde van.
Un par de flashbacks explicarán parte de esta tragedia cósmica: los hombres inventaron las máquinas y, como sucedía en Matrix, éstas se apoderaron del mundo de los hombres, quienes sucumbieron, previamente, a la seducción del totalitarismo. No es precisamente un escenario desconocido, y mucho menos novedoso.
Producida por Tim Burton y dirigida por Shane Acker, la fuerza de Número 9 radica en la profusión visual de una distopía, o cómo luciría un planeta convertido en escombros. En los detalles vive la película, y con sus combinaciones impensables compensa su trama filosóficamente atractiva pero jamás desarrollada con eficacia.
Número 9 no es Wall-E: ni es un filme familiar, ni tiene una historia de amor que articule su guión.
El rasgo más conmovedor remite al Yepeto de Pinocho, aunque en el desenlace un incoherente toque esotérico y platónico evidencia un objetivo dramático y sentimental: las máquinas tienen espíritu y son libres cuando mueren. Un exceso de humanismo trasnochado, pues el imaginario dominante de Número 9 es apocalíptico y sombrío. La única esperanza concebible es una gota de lluvia.