Perdida en su propio laberinto
Ochentaisiete intenta esforzadamente, por todos los medios, tocar ciertas fibras ligadas a las emociones, a los recuerdos de la adolescencia y a la deriva típica de esa edad en la que se está dejando atrás la juventud para ingresar de lleno en la adultez. El segundo largometraje de los ecuatorianos Daniel Andrade y Anahí Hoeneisen luego de diez años de ausencia (Esas no son penas fue estrenada en el Festival de San Sebastián en 2005), narra en dos tiempos la relación entre tres muchachos y una chica, siempre en la ciudad de Quito. En un presente que no se especifica –pero que por simple cálculo matemático debe necesariamente transcurrir en el año 2002–, Pablo (Michel Noer) regresa a Ecuador luego de vivir quince años en la Argentina. Allí lo espera Andrés, uno de esos amigos inseparables de la adolescencia, ahora casado y con diversas obligaciones, pero dispuesto a abrirle de par en par las puertas de su departamento. Al unísono, Ochentaisiete da inicio a un extenso flashback que, de manera intermitente, irá hilvanando e iluminando ese pasado en común, épocas de Atari, de escapadas con el auto de papá y de los primeros escarceos amorosos.Además de Pablo y de Andrés, en ese 1987 del título están Juan y Carolina. Juan acaba de escaparse de su casa por desavenencias con su padre y Carolina se aparece un buen día en un caserón abandonada que es su nuevo y clandestino hogar. El film pone de relieve esa casi perfecta relación entre muchachos desequilibrada súbitamente por la presencia de la joven, imprevisible pero inevitable bisagra que marcará sus vidas. En el presente, mientras tanto, los abrazos y alegrías del reencuentro dan paso a algunas confesiones y al recuerdo de un hecho aparentemente trágico que el film, de allí en más, dará el tratamiento de un enigma a resolver. Es a partir de ese momento que Ochentaisiete comienza a perder parte de su frescura para encerrarse en un desfiladero donde cada pieza narrativa está diseñada para presionar botones emocionales en el espectador.Los comentarios políticos que la película había diseminado por aquí y por allá (el padre de Pablo es argentino y se habla de “volver” allí, entre otras referencias más obvias) son eliminados de plano para cederles el lugar central a ese hecho que marcó a los personajes y al reencuentro de Pablo con Carolina, jugado a un tono seudo romántico y que incluye, además, una vuelta de tuerca por demás melodramática. La película se pierde en su propio laberinto, del cual nunca termina de salir. Su estructura de capas que van descubriendo verdades veladas al espectador y una problemática relación con el punto de vista –muchas veces arbitrario–, hacen que Ochentaisiete pierda una parte considerable de su peso específico y se pierda en la ilustración de dos o tres ideas vertebrales que son, seguramente, las que dieron origen al guión con las mejores intenciones.