Ochentaisiete es el segundo largometraje de los realizadores ecuatorianos Daniel Andrade y Anahí Hoeneisen quienes, hace una década presentaban en San Sebastián y Mar del Plata la prometedora ópera prima Esas no son penas, un intenso retrato generacional centrado en Quito y provisto de una fuerte impronta femenina.
Este nuevo trabajo no está tan logrado. Ochentaisiete transcurre en dos tiempos, en dos años concretos: 1987 y 2002 que se van alternando a lo largo de todo el metraje. Lo que se cuenta del pasado es la historia de un grupo de adolescentes que desean, luchan y se revelan contra sus progenitores, es la crónica de una amistad, de una hermandad marcada por la tragedia. La del 2002 es la historia del amigo que regresa a enfrentar los recuerdos de ese tiempo que pasó.
La dupla Andrade – Hoeneisen consigue una cuidada reconstrucción de época, una correcta dirección de actores y una fotografía impresa en 35mm que le suma complejidad y belleza a la imagen, además de poder separar visualmente las épocas del relato. Pero es en su estructura donde Ochentaisiete encuentra su principal problema. Muchas de las buenas intenciones que los directores intentan poner en escena se diluyen en el constante fluctuar del tiempo presente del filme.
Por Fausto Nicolás Balbi
@FaustoNB