Final de época
Filme de atmósferas, basado en la novela de Fabián Casas.
Fabián Casas, autor de la novela Ocio , “transmite” a sus padres de maneras muy distintas, casi antagónicas. Al padre suele exponerlo en las sobremesas entre amigos (el autor de esta crítica ha compartido algunas), como un personaje al borde de lo paródico, cargado de humor y antiheroísmo. En el caso de su madre, de la ausencia de su madre, opta por la palabra escrita; el íntimo lirismo desgarrado; la sobrevida en poesías bellamente melancólicas. Más allá del universo Casas -el barrio, el fútbol, el ejercicio de la amistad, la música, la literatura, la calle, el humo pensativo- aquellos dos seres constitutivos, ineludibles, tienen un peso muy fuerte en su obra.
Alejandro Lingenti, amigo íntimo del escritor y debutante como director de cine, y Juan Villegas (realizador de Sábado y Los suicidas ) tomaron Ocio como punto de partida y construyeron un filme que guarda la esencia de la novela; no la literal sino la anímica. La película Ocio es exactamente eso: la transmisión, a través de imágenes y sonidos, de un estado de ánimo, en general vacío. Correspondiente a un muchacho joven (Casas en la realidad; Nahuel Viale en la ficción) que acaba de perder a su madre y parece estancado en un limbo triste y acogedor, en el que la infancia ya quedó en el camino y la adultez todavía no llegó, aunque está ahí, como una amenaza.
Con destreza formal (en la que seguramente Villegas tuvo mucho que ver) y actuaciones acertadas, la película hace interactuar a dos atmósferas que se complementan y que, al mismo tiempo, funcionan como espejos, una de otra: la del mundo interno y la del mundo externo del protagonista. El primero está marcado por esa etapa de la vida en que la música (acá de Pescado Rabioso y Manal), un buen libro (acá de Camus), un cigarrillo y la mirada clavada en el techo de la habitación constituyen un cálido refugio que, uno lo sabe, tarde o temprano volará en pedazos. Después sólo quedará la realidad: inapelable, feroz, concreta.
Este clima interno se completa con un padre subjetivamente ausente -que trabaja de payaso- y una madre objetivamente ausente. El afuera funciona en un no tiempo, en una Buenos Aires enrarecida, desolada, plagada de acechanzas: la obligación de entrar al mundo productivo -laboral o estudiantil-; el maltrato ajeno -representado por un grupo de recios motociclistas- y, como bálsamo, los amigos (varones). La literatura de Casas y la película de Lingenti-Villegas transmiten un mundo masculino. La única mujer gravitante, en el filme, funciona como un fantasma.
Ocio también contiene -acaso a instancias de Lingenti- la banda de sonido de la vida de Casas , en la que se suceden desde el rock setentista hasta el actual. Por lo demás, no hay un relato creciente, hilvanado, sino una narrativa circular, acorde con la percepción del protagonista. Las irrupciones de ciertos personajes que monologan, y algunas secuencias demasiado despojadas, como una en una cancha de fútbol, parecen inacabadas. Sin descartar desaciertos, que los tiene, se puede decir que todo, en este filme, está un poco corrido de la realidad e inacabado como en un sueño.
Ocio no procura divertir, ni generar humor o suspenso. Intenta crear atmósferas frías, distantes, abúlicas, que envuelvan a nuestro protagonista melancólico. Y lo logra, con sentido poético y visceral, ajeno al de otras películas contemplativas, que parecen hechas por jóvenes con gran conocimiento académico y poca garra, poco rock, poco núcleo, poca esencia.