Ojos de arena es una película argentina dirigida por Alejandra Marino, que aborda desde el thriller la temática de la trata de personas y la desaparición de niños. Y para ello cuenta con un elenco encabezado por Paula Carruera, acompañada de Joaquin Ferrucci, Ana Celentano, Victoria Carreras y Manuel Callau, entre otros.
Escrita por su directora, junto con Marcela Marcolini, cuenta la historia de Carla (Carruera), una psicóloga que busca a su hijo desaparecido, y junto a su exmarido (Ferrucci) visitan a un matrimonio que también sufrió la desaparición de su hija, porque sospechan que los dos casos están conectados. Y contando además con la ayuda de una vidente, descubren que la desaparición de ambos está vinculada a la trata de personas, y que la verdad puede ser más terrible de lo que esperaban.
Vale la pena destacar las buenas intenciones de esta película, de retratar esta cruda realidad utilizando el formato del thriller, pero no se aprovechan sus recursos narrativos, como sí lo hizo Las esclavas, película de culto del destape argentino en la década del 80. Porque comete el error de estancarse en el segundo acto, dándole prioridad a la subtrama de la segunda desaparición, distrayendo al espectador y haciendo que pierda efecto el efecto concientizador pretendido.
Un párrafo aparte merecen las actuaciones, donde el único que convence es Manuel Callau, como este personaje complejo, que esconde un secreto detrás de su amabilidad. Pero la pareja protagónica no logra generar la empatía necesaria con el espectador, porque si bien en el primer acto se da a entender de manera efectiva su conflicto recurriendo a escenas surrealistas y al tango que forma parte de la banda sonora, tienen conductas inverosímiles en el segundo, como ocurre con la casa de muñecas, que no cumple ninguna función trascendente en la trama.
En conclusión, Ojos de arena es una película que no funciona a pesar de sus buenas intenciones, un caso similar al de Bruja, que abordó el asunto recurriendo al realismo mágico. Y esto se debe al desvío de la atención que genera la subtrama del segundo acto y a las conductas inverosímiles de sus personajes a partir del entonces. Dejando así la sensación de que se desperdició la idea de lo que pudo haber sido una película muy interesante.