Un innecesario ejercicio de “cortar y pegar”
No hay mucho que decir a favor de la versión estadounidense de Oldboy dirigida por Spike Lee, una versión descremada y desintoxicada de aquella película hiperbólica que hace diez años lanzó al mercado internacional al coreano Park Chan-wook. Es que el original propone un piso altísimo del que Lee trató de bajarse antes de empezar a filmar, afirmando que la suya no sería una remake sino una reversión del manga (historieta japonesa) en que se basan ambos trabajos. Sin embargo, para cualquiera que haya visto la versión de Park, será obvio que el bueno de Spike no ha podido filmar la suya sin mirar de reojo a la otra. Pero al estadounidense parecen haberlo deslumbrado más ciertas proezas técnicas que intenta remedar que los sólidos detalles de fondo sobre los que el coreano cimentó su película y que él descarta en pro de “americanizar” la cosa. De modo que Lee falla en todo, porque ni consigue alcanzar los niveles de virtuosismo que Park demuestra en el manejo de los recursos estrictamente cinematográficos –los travellings, los encuadres y las puestas de cámara, la coreografía escénica o la abrumadora sencillez de un famoso plano secuencia– ni logra que su versión alcance la suficiente tensión dramática como para hacer olas narrativas que vayan más allá de la superficie del relato.
Si algo distinguía al film de Park era la naturalidad con que los recursos humorísticos y poéticos y el uso de la violencia eran puestos al servicio de la historia de un hombre condenado a un inexplicable encierro de 15 años, y al que su propio deseo de venganza lo empuja todavía más abajo en su derrumbe moral. Una historia conectada con las tragedias de Sófocles, como Edipo Rey o Electra, sin que esto resulte burdo o remanido y que nunca se permite ser indulgente con el espectador. En la visión de Lee todo es chato, sin matices, haciendo que esas referencias aparezcan más cercanas a la telenovela que al teatro clásico griego. No hay visos de segundas lecturas. Si en el protagonista de la coreana la violencia era el producto a la vez excepcional y natural de un meditado proceso de degradación, en el que un profundo sentido del honor jugaba un rol capital, acá se trata de la violencia de siempre, uno de los recursos que el cine estadounidense utiliza por default en el grueso de su producción. La misma diferencia que separa lo sutil de lo torpe o lo poético de lo prosaico: la recordada escena del martillo y el plano secuencia recién aludido son buenos ejemplos de esto. Las actuaciones excedidas de Samuel Jackson, Sharlto Copley y en menor medida Josh Brolin tampoco ayudan a mejorar la ecuación. Si algo confirma entonces el Oldboy de Lee es que copiar y pegar no es lo que mejor le sale a la industria norteamericana.