La excusa es vana y dice así: “me cortaron cuarenta minutos del film”. La pelota, claro está, queda del lado de los estudios malvados. Es su culpa si la película fracasa (probablemente lo sea, pero más bien gracias a una falta de compromiso en lo que respecta al marketing). En ese relato, Spike Lee no sale airoso del aprieto pero, “es todo lo que le dejaron hacer”. ¿Será realmente así? Si al director de Do The Right Thing le devuelven sus cuarenta minutos faltantes, puede que se le caiga la mentira: de tener razón en que la verdadera calidad artística se encontraba en ese resto ausente, eso implicaría como resultado una película con 104 minutos de pésimas actuaciones, coreografías de acción y diálogos, y otros cuarenta simplemente maravillosos. Un desbalance importante que, de mover apenas el amperímetro artístico, la amplificaría de “mala” a “mediocre”. Y resulta lógico, basado en el metraje que sí existe, sospechar que el otro que permanece oculto no debe ser gran cosa.
Obviando la pregunta de si era necesaria una fotocopia o no de la enorme película de Chan-wook Park (la respuesta es fácil), lo mejor que se puede decir de Oldboy versión 2013 es que la historia de fondo es tan buena que no hay americanización que pueda destruirla. Y he ahí el problema: poco cambia como para llamar a esta película una “interpretación” o “reversión”, y lo que sí cambia carece de sentido o, en todo caso, lo hace siempre para peor. Ahí está Josh Brolin para demostrarlo, encarnando a Joe Doucett, un hombre errático que un mal día es secuestrado y encarcelado en una prisión clandestina sin motivo aparente. Tan enigmática es la captura como su posterior puesta en libertad, tras veinte años de encierro entre cuatro paredes: así como si nada, un día despierta al aire libre, con enojo justificado y sed de venganza. Sin embargo, el rostro impávido de Brolin parece perdido y caprichoso, en lugar de melancólico e iracundo como lo era el de su personaje en el film original. El antagonista, aquí en la piel de un insufrible Sharlto Copley con absurdo acento británico, tampoco ayuda demasiado al relato: su plan es malévolo, sí, y todo lo que hace es terrible, pero cada escena que lo enfrenta con nuestro antihéroe parece más bien un chiste de mal gusto que una trama macabra. Por momentos uno tiene la sensación de que en cualquier segundo alguno de los dos, cualquiera, va a mirar a cámara y reirse.
Pero el momento no llega, la película avanza tomándose demasiado en serio a sí misma como inconsciente del desastre, y lo que eran escenas antológicas en la original aquí aparecen como meras parodias: el pulpo no está ausente, sólo demasiado desinteresado como para adquirir algún protagonismo, y la bellísima pelea en plano secuencia donde el protagonista deshace una veintena de guerreros a puño limpio, aquí aparece ampliada en duración pero reducida en calidad artística: casi da la sensación de estar viendo en ella una escena perdida de West Side Story. Spike Lee es un gran director, posiblemente mejor que Chan-wook Park (a la ya mencionada Do The Right Thing hay que agregarle a su curriculum Malcolm X, Inside Man y La Hora 25, entre otras grandes obras), pero el proyecto posiblemente estaba maldito desde antes de comenzada la producción. No hay aquí metraje cortado que pueda cambiar eso.