Cuando el encierro está afuera y adentro Qué mejor manera que hablar de la ocupación de Palestina que mostrando en la desesperación de uno de sus habitantes cuáles son las estrategias de Israel en el combate. Interesante forma de hacer de una historia particular algo general. Ya se ha incursionado en otras películas en lo que está viviendo el pueblo palestino, en qué piensan y cómo viven, pero en Omar el enfoque parece distinto. El encierro palestino se vive, se respira, como si los angostos pasillos de Cisjordania se unieran para dejar a este hombre atrapado. Tras cansarse de ser humillado repetidas veces por los vigilantes israelíes, Omar decide llevar a cabo un plan que venía hace un tiempo desarrollando con sus amigos de la infancia. Su estrategia consiste en disparar a los vigilantes cuando ellos se encuentren distraídos y huir. De esta manera buscan tomar revancha sobre lo que viven todos los días. “¿Por qué hoy?”, pregunta uno de ellos y Omar responde: “porque un día más de espera es un día más de ocupación”. Y aún sabiendo que eso no hará que termine la ocupación, como si fuera una tarea pendiente, una forma de vengarse, lo hacen. O quizás su intención responde a otra frase que mencionan: “no puedes ser un luchador de la libertad con sólo mirar”. Pero a partir del ataque a los soldados israelíes, Omar, lejos de liberar a su pueblo y a él, queda atrapado por los vigilantes. Esto hará que quede encerrado entre tener que funcionar como espía del Estado o morir defendiendo a su pueblo, pero en el trascurso sentirá que no puede confiar en nadie. La estrategia de Israel, que funciona en Omar, es la creación de la paranoia entre los palestinos. Hacen que sospechen entre ellos, que desconfíen del vecino y así que sea posible que se maten entre su mismo pueblo. Hasta el hecho más puro y más alejado de esta guerra, como puede ser el amor entre dos jóvenes, queda manchado por la sangre. La destrucción del protagonista, representado también la destrucción de su pueblo es una imagen muy bien lograda. Omar se va deteriorando y va perdiendo su personalidad alegre tras vivir cada uno de estos de los acontecimientos. Queda atrapado en su paranoia.
Paradojas del cautiverio. El recorrido durante las últimas décadas del cine de Medio Oriente, por lo menos de ese conglomerado polimorfo que llega con cuentagotas a la cartelera argentina, ha sido de lo más curioso si consideramos los cambios que se fueron sucediendo a lo largo del tiempo. Lo que comenzó en los 90 con el existencialismo soporífero de las propuestas iraníes símil El Sabor de las Cerezas (Ta’m e Guilass, 1997), a posteriori mutó en el drama exacerbado de obras como Líbano (Lebanon, 2009), hasta finalmente derivar en una suerte de apertura hacia las comarcas más amigables del género aunque sin descuidar el típico análisis de los conflictos de turno, en línea con la reciente Motivación Cero (Efes Beyahasei Enosh, 2014). Precisamente uno de los máximos responsables de la etapa de transición entre los dos últimos estadios fue Hany Abu-Assad, cuyo opus El Paraíso Ahora (Paradise Now, 2005) supo privilegiar -a pura sutileza- una estructura cercana al thriller político por sobre las clásicas diatribas humanistas o los instantes de poesía de índole contemplativa. En Omar (2013) el director vuelve a sorprender al extremar el engranaje formal en función de una historia que no sólo cuenta con la valentía suficiente para examinar la cotidianidad en la Barrera Israelí de Cisjordania, sino que además se juega de lleno por un entramado de referencias propias del suspenso de espionaje, un diapasón clasicista inédito en el rubro. La trama se focaliza en el personaje del título, interpretado por Adam Bakri, un panadero palestino que comparte sus días junto a sus amigos de la infancia Tarek (Eyad Hourani) y Amjad (Samer Bisharat), todos militantes de las brigadas de resistencia antiocupación. Luego de humillaciones varias por parte de las tropas hebreas y de una venganza acorde, léase el asesinato de un soldado enemigo a manos del trío, Omar es apresado por la policía secreta de Israel y sujeto a torturas para que denuncie a sus cofrades. Bajo la amenaza de lastimar a su novia Nadia (Leem Lubany), el joven es liberado con la misión de “entregar” al responsable de la muerte, sometiéndose a la dialéctica del doble agente y sus correlatos. Dos grandes puntos a favor son el trabajo del elenco y la presencia del manipulador estatal, el Agente Rami (Waleed Zuaiter), el encargado de llevar adelante la cacería. Abu-Assad dinamiza el relato con una maravillosa solvencia y retoma el tono naturalista, carente de golpes bajos a la Hollywood, para poner en tela de juicio las oposiciones bélicas simplistas, siempre en pos de comprender -en toda su complejidad- el trasfondo de tanta masacre superpuesta. Las paradojas de un cautiverio generalizado, el que padecen los palestinos tanto intramuros como al aire libre y en regiones fortificadas, constituyen el marco de una película muy inteligente acerca del atolladero del odio y la degradación fundamentalista…
Lo humano por sobre lo político. Todos los días de su vida, Omar salta una pared. La escala con una cuerda y cae con la elegancia de quien hace de este ejercicio su rutina. A veces, recibe algún que otro disparo de la policía, pero siempre logra esquivarlo con la destreza de quien vive con la amenaza a flor de piel, con el miedo a sus espaldas. Lo que es una escena épica para abrir Omar, la última película del director palestino Hany Abu-Assad, ilustra, en realidad, la cotidianidad de muchos en los territorios ocupados de Palestina. Es en este mundo de huidas constantes, tiroteos azarosos y prepotencia policial en el que se desarrolla la historia de Omar y sus dos amigos de la infancia, Tarek y Amjad. Cansados de vivir bajo la ocupación de Israel, los tres amigos idean un plan para matar a un soldado israelí. Una vez cometido el asesinato, deberán enfrentarse a las consecuencias, tanto militares como sociales, que un acto de tal rebeldía conlleva. Ahora bien, sería muy sencillo encerrarse en los conflictos de Palestina e Israel y construir toda una película en base a ellos. El resultado sería probablemente una obra adrenalínica e interesante, pero sería también muy similar a lo que podría relatar un noticiero. Es por eso que Abu-Assad elige hacer algo completamente diferente en Omar. La película tiene acción, seguro, y presenta un conflicto político desde ya polémico y actual, pero lo más interesante aquí es todo lo que ocurre al margen de eso. Y es que uno no puede evitar compadecerse por Omar cuando descubre que está perdidamente enamorado de Nadia, la hermana de Tarek, y quien también atrae a Amjad. El triángulo amoroso que surgirá a partir de esta situación no tiene nada que envidiarle a la telenovela más enroscada, y la construcción de personajes es sublime y mucho más profunda a la que suele encontrarse en películas de acción de este estilo. Sucede que Omar es un joven como cualquier otro: un hombre que siente celos y tristeza, amor, odio y todo lo que hay en el medio. Es aquí donde el espectador encuentra puntos de identificación con los personajes, y donde yace la genialidad de Abu-Assad: en vez de caer en la tentación de hacer una película meramente política, decide contar una historia que es, por sobre todas las cosas, humana. Por supuesto que el contexto define en gran parte a los personajes de cualquier narrativa, pero aquí son los personajes los que nos revelan su contexto mediante lo que deciden hacer con él y no el contexto el que convierte a los personajes en estereotipos planos y aburridos. Con un ritmo perfecto que mantendrá al espectador al borde del asiento sin construir niveles de peligro irreales y demasiado dramáticos (como hace Hollywood en tantas ocasiones), Omar baila en la fina línea entre lo universal y lo personal con una elegancia maravillosa. Acompañada de grandes actuaciones (especialmente la de Samer Bisharat), la historia despertará reflexiones no solo políticas y sociales, sino también personales, haciendo de esta una película completa y profunda en su totalidad.
Las garras del poder Nominada al Oscar extranjero y ganadora de varios premios en festivales como Cannes, esta película del realizador palestino Hany Abu-Assad llega finalmente a los cines argentinos luego de su paso por el BAFICI 2014. Como en la estremecedora Paraíso ahora, Hany Abu-Hassad expone en Omar las consecuencias de la ocupación represiva israelí en Palestina, en los habitantes que la sufren. Consecuencias que se perciben sobre los cuerpos y en la psicología de los ocupados. Y, también como en su film previo, se niega a maniqueísmos simplistas. Omar habita en Cisjordania y, para visitar a su amigos y a su novia secreta, hermana de uno de ellos, debe trepar el altísimo muro que los israelíes han levantado en medio de Palestina. Su vida es un ir y venir por motivos amorosos y activistas, ya que Omar pertenece a un pequeño grupo de la resistencia, que lleva a cabo un atentado matando un soldado israelí. Muy pronto cae preso, los opresores lo someten a durísimas torturas físicas y lo tendrán presionado incluso después de soltarlo, a cambio de dar información sobre sus compañeros. Se plantea entonces el dilema de la lealtad a una causa o la colaboración con ese enemigo, en un medio donde impera la traición y la delación. El film está tratado como thriller político, también con elementos propios del melodrama, pero sobre todo como una película de acción, con un guión que parece haber sido escrito de manera algo apresurada, dejando algunas zonas confusas. Omar muestra también cómo la presión psíquica y física fuerza el colaboracionismo incluso contra las propias voluntades. Abu-Assad expone cuán débil es la línea que separan las decisiones, sobre todo cuando el joven Omar (y por extensión todos los palestinos) parece no tener escapatoria. Así tienen atadas las manos -y las voluntades- de sus víctimas los regímenes opresivos.
Compleja y ambigua, rica en matices y constantemente intrigante desde lo narrativo, OMAR es la nueva película del realizador palestino Hany Abu-Assad, que compitió en la sección Un Certain Regard de Cannes 2013 –donde se llevó un premio– y estuvo nominada al Oscar a mejor película extranjera al año siguiente. El filme del director de PARADISE NOW funciona como una suerte de thriller político de la vieja escuela, mezclado con una historia de amor y centrado en la zona de conflicto israelí-palestina en Cisjordania, en la que el personaje que da título al filme se ve cada vez más metido en una serie de encrucijadas que lo dejan prácticamente sin salida. El filme muestra a Omar –y a sus dos amigos íntimos, Tarek y Amjad– en su vida cotidiana y planeando lo que parece ser algún tipo de ataque o atentado a los soldados israelíes que ocupan el territorio. Omar, con toda naturalidad, salta el muro que separa los dos estados una y otra vez, y no parece demasiado “involucrado” políticamente, como tal vez sí lo esté Tarek, el más grande y preparado del grupo en estas cuestiones y quien es, además, el hermano mayor de Nadia, la chica con la que Omar quiere casarse y cuyo romance el filme muestra de una manera inocente y pícara. Omar-Cannes-PicsEl acostumbramiento a esa vida “controlada” sin embargo se acaba cuando el más militante Tarek convence a sus amigos de dispararle a un soldado israelí. Omar viene de ser golpeado y humillado por una patrulla y acepta, pero el que apreta el gatillo es el más joven e inexperto Amjad, que también tiene su interés en la bella Nadia. El asesinato, obviamente, disparará una caza salvaje de parte del ejército israelí, que atrapará a Omar, lo meterá en prisión y allí empezará un complicado y peligroso juego de trampas, alianzas, espionaje y posible contraespionaje. Omar no quiere delatar a nadie, pero tampoco está dispuesto a perder para toda la vida a Nadia, por lo que en medio de un juego de manipulación psicológica intensa, un oficial israelí lo convence de que la única manera de recuperar su vida previa es convertirse en informante. ¿Qué es lo que hará Omar? ¿Cómo sus decisiones –y lo que los demás piensan que son sus decisiones– afectarán su futuro? A lo largo de un poco más de 90 minutos y en un clima de creciente tensión y suspenso ese juego de presión moral y psicológica –fiel reflejo de lo que es vivir en esas circunstancias– va destruyendo las alianzas, amores y amistades, encerrando cada vez más a sus personajes en un mundo en el que no parecen haber muchas opciones. omar_01OMAR es un thriller cuya compleja e ingeniosa trama podría ser aplicada para cualquier otro tipo de película, pero en el universo específico que se centra es imposible no leerla como una crítica a la ocupación israelí en ese lugar. Abu-Assad es lo suficientemente sutil e inteligente como para entender que en ambos lados del muro existen las presiones, los engaños y las trampas, por lo cual OMAR jamás se transforma en un relato obvio y previsible con villanos y héroes claramente definidos. Aquí hay, básicamente, víctimas tomando decisiones peligrosas en función de sus propios códigos morales. El filme no hace referencia alguna al islamismo, ni al Corán ni al judaísmo: es un conflicto político/fronterizo más que religioso y en esos términos están planteados los enfrentamientos. Abu-Assad logra combinar varios elementos de difícil convivencia en una película de este estilo: el drama, el thriller político, la historia de amor, los apuntes de comedia y personajes lo suficientemente ambiguos como para que ni siquiera el espectador sepa muy bien en quién confiar y en quién no. Finalmente, si hay un “culpable” en la película los precede a todos los que la protagonizan y esta claramente ligado a la absurda situación que les toca vivir, una situación imposible que logra sacar de los seres humanos que tienen que atravesarla lo peor de sí mismos. omar3Si bien está lograda en sí misma (los actores que encarnan a Omar y Nadia son buenísimos y muy carismáticos), tal vez la historia de amor de la película sea un pequeño problema en la credibilidad del todo, ya que está usada de una manera un poco “dramáticamente conveniente” (y hasta metafórica), como si el guión la necesitara para forzar a los personajes a zonas ético/morales a las que normalmente no irían. Pero de todas maneras, el filme no termina de resentirse por eso. Abu-Assad utiliza esos recursos (el romance, el humor) para enganchar al espectador, si se quiere, y hacerlo entrar en lo que finalmente es una terrorífica espiral de violencia inacabable.
Desarmados por dentro Omar (Adam Bakri) es un joven Palestino que vive cerca del muro que divide a los territorios ocupados, siempre vigilado por soldados israelíes. Omar esta acostumbrado a trepar y cruzar el muro para ver a sus amigos de toda la vida Amjad (Samer Bisharat) y Tarek (Eyad Hourani), y para secretamente visitar a la hermana de Tarek, Nadia (Leem Lubany), de quien está enamorado. Cansados del clima opresivo en el que viven, y de las humillaciones que reciben por parte de los soldados israelíes, los tres amigos planean un pequeño atentado, por el que luego Omar es detenido. Las torturas no son lo único que recibe en la cárcel, a Omar le proponen trabajar para el enemigo, ser un agente, un espía, y lo amenazan con matar a su familia si no lo hace. Aún sin aceptar, Omar se ve envuelto en una trampa que lo desarma a él y a su entorno, la confianza y el cariño entre los amigos desaparece y le da lugar a las sospechas, al odio; Omar se convierte en un sospechoso entre los suyos. La historia explora tanto la situación política del lugar, como la situación personal de Omar, quien vive traiciones y rechazos, tanto de sus enemigos como de sus amigos. Simple, directa, intmista, es esta película que muestra desde lo cotidiano una pequeña historia que es el espejo de todo lo que sucede en esa pequeña franja de tierra en la que el odio vive desde hace tantos años. Tiene excelentes actuaciones, simples, naturales, que reflejan el miedo, la paranoia y la incertidumbre en la que viven los personajes. Es una gran historia, que muestra desde un lado muy interesante lo que sucede en esa complicada zona del mundo, donde las balas no son las únicas que lastiman y matan.
Una muy interesante película de Hany Abu – Assad que se basa en una historia de amor, la violencia que se vive en la Franja de Gaza y cómo el poder puede corromper las mejores intenciones y manipular a los prisioneros hasta la degradación y la mentira. Grandes actores, un ritmo sostenido y vueltas de tuerca inesperadas que dejan pensando al espectador.
Narrando una realidad dura y descarnada, el realizador palestino Hany Abu-Assad logra en su filme “Omar” (Palestina, 2013) un fresco actual y dinámico sobre la vida del joven que da el nombre al film para, además, desnudar la cotidianeidad y cercanía con el peligro de la gente que habita la zona. Omar (Adam Bakri) quiere progresar, alcanzar sus metas, cumplir objetivos, pero su entorno, hostil, y principalmente su involucramiento en la política y la movilización lo llevarán a un lugar inimaginado para la realidad que él buscaba. El guión de “Omar” posee varios giros, pero principalmente se enfoca en cómo el personaje central va transformándose a partir de las situaciones y obstáculos que le toca vivir. Enamorado de Nadia (Leem Lubany), que vive del otro lado del muro que divide la ciudad, para verla tiene que saltar y trepar varios metros y luego acercarse a la escuela de la joven para sorprenderla. A diferencia de Omar, quien posee un carácter estoico y rígido, Nadia es mucho más flexible, y demuestra su pasión y devoción por él en cada una de las cartas que escribe con pasión y que se las intercambia con las que él escribe. “No sabía que el amor podía doler tanto” le dice en un momento a Omar, luego que éste la increpara sobre la verdadera razón por la cual están juntos y, en la clandestinidad, planean un casamiento y poder vivir juntos, y ser felices y todo lo demás que todos los cuentos les dijeron. Pero claro está, que esta historia enmarcada en el duro contexto de la Palestina actual, en el que los vínculos se ven resentidos por el odio que hace años habita la zona, terminará por girar el rumbo hacia un drama en el que el amor no posee espacio. “Omar” habla del abuso del poder y del excesivo control con el que se intenta desactivar aquellos intentos por evitar atentados a las instituciones que rigen el orden, o, que al menos, intentan imponerlo para conseguir libertad. El joven deberá decidir entre varias opciones, no las ideales para él, sino las más justas, las que cree que podrían acercarlo a aquellos proyectos primeros en los que quería participar y estar. Cuando se involucra en un atentado al ejército con sus amigos, será apresado y obligado luego a tomar partido por su libertad, y la de sus seres queridos, pero también se le negará la posibilidad de poder continuar con su relación con Nadia, porque ésta, hará escucha de todos los comentarios negativos sobre Omar y su accionar y decidirá abandonarlo. “Omar” posee algunas escenas en las que la poesía con la que Abu-Assad registra los escapes del protagonista, a esta altura la vida lo consagró como un as del parkour involuntario, como también en los momentos de ingenuidad de su romance con Nadia, contrastan, para bien, con el sangriento relato de tortura y muerte que se va acumulando. “Omar” logra capturar a su personaje y las consecuentes transformaciones que sufre a medida que la narración avanza, y se detiene en él, más que en nadie, porque sabe que la empatía que logra con la historia de un joven atravesado por la miseria en torno a las decisiones políticas ajenas a su entorno pueden trascender la pantalla y reivindicar cualquier intento de libertad aunque sea a fuerza de engaños. Intensa.
Hace poquito llegaba a nuestras carteleras una pequeña película que mostraba desde un costado personal y también cierta distancia el conflicto entre israelitas y palestinos, NEY. Ahora llega Omar, película que data del 2013 y realizada por palestinos (la primera película financiada completamente por ellos), en la cual con una historia de ficción nos adentran en la misma temática, aunque sea de un modo bien distinto. Omar es un joven palestino que debe saltar una pared para ver a la joven de la cual está enamorado. Además es parte de un trío de amigos desde la infancia que se rebelan de los israelitas y las humillaciones a los que los someten y son acusados de terrorismo cuando le disparan a uno. Pero a quien capturan es a Omar. El realizador Hany Abu-Assad entrega una trama cargada de contenido político pero imprimiéndole también a su protagonista mucha humanidad. Al fin y al cabo, Omar se mueve principalmente motivado por el amor que siente por Nadia, la hermana de uno de los amigos acusados. El film rememora a lo que Kathryn Bigelow mostraba en Zero Dark Thirty cuando Omar es capturado, torturado y prácticamente obligado –al fin y al cabo no tiene otra opción-a trabajar para el enemigo. La cámara en mano ayuda a pintar el relato de autenticidad. Las persecuciones, los saltos, las miradas, todo está construido para generar tensión en medio de una trama que nunca deja de en revesarse. Es difícil saber quién es el verdadero traidor, quién es honesto y quién miente sólo para lograr lo que quiere, en medio de una sociedad donde parecería no haber reglas y en la que Israel juega constantemente con la paranoia de sus enemigos. Un buen guión y soberbias actuaciones terminan de hacer de Omar una película necesaria y a la vez entretenida, una película que mezcla diferentes géneros, como la acción, el drama, el thriller. Quizás la acerca más a un cine “comercial” (odio esa expresión, pero quiero que se me entienda), sin embargo es una manera interesante de hacer que ciertas historias lleguen a mayor cantidad de gente. Y Omar es una película para todo espectador ávido de una buena trama y contenido social o histórico.
El primer film de espías palestino El realizador de El paraíso ahora demuestra cierta habilidad para conjugar el comentario político y social con los resortes de un cine narrativamente transparente e incluso clásico, rozando, en algunos momentos, el suspenso y el melodrama. Omar observa el tránsito en las calles de un barrio palestino, espera pacientemente y, en el momento adecuado, trepa ágilmente el altísimo muro que separa uno y otro barrio de Cisjordania. Un disparo de soldados israelíes lo hace descender más rápido de lo pensado, pero eso no impide que pueda llegar hasta la casa de su amigo Tarek y de su hermana Nadia, con la cual mantiene una relación amorosa puramente epistolar. Esa escena, que transcurre con gran sentido del ritmo y un trabajo de cámara y montaje nerviosos, define en gran medida –durante los primeros minutos de proyección– los designios del quinto largometraje de Hany Abu-Assad, film que tuvo su arranque mundial hace dos años en el Festival de Cannes y que, más recientemente, obtuvo una nominación a los premios Oscar. Ya en Rana’s Wedding (2002) y, particularmente, en El paraíso ahora (2005) –también nominada por la Academia de Hollywood– el realizador palestino nacido en Nazaret supo demostrar cierta habilidad para conjugar el comentario político y social con los resortes de un cine narrativamente transparente e incluso clásico. Rozando y, en algunos casos, entrando de lleno en los mecanismos del género, fundamentalmente el suspenso y el melodrama.Es el caso de Omar, a tal punto que podría definírsela como la primera película de espías producida en los territorios palestinos. Como en El paraíso ahora, la decisión de un grupo de amigos (dos en aquella película, tres ahora) de tomar el toro por las astas, abandonar la pasividad y pasar a una posición de ataque cambiará la vida del protagonista, aunque el hecho en cuestión –un atentado contra un destacamento de soldados israelíes– es en Omar el punto de partida y no el de llegada de la narración. La situación personal se complica, precisamente, cuando el joven es detenido por las fuerzas de seguridad y obligado –previas sesiones de tortura física y psicológica– a tomar una difícil determinación: traicionar a sus amigos a cambio de la libertad y el reencuentro con su amada Nadia o pasar muchos, muchísimos años en la cárcel. De allí en más y hasta el último tercio del relato, el realizador administra claves, secretos, miradas, cartas y llamadas telefónicas de forma tal que el espectador nunca sabe certeramente quién engaña a quién y cuál es, finalmente, el camino elegido por el héroe (Adam Bakri, cuyos rasgos y la forma en la cual el film los retrata hacen pensar en el concepto nunca perimido de galán).Abu-Assad hace un uso muy eficaz del rodaje en locaciones en un par de escenas de persecución a través de las callejas y tejados de Nablús. Como en la escena del inicio en el muro, de la literalidad de los saltos y corridas el espectador puede inferir una carga simbólica ligada a la idea de la supervivencia: la obligación de aguzar el ingenio para seguir transitando y habitando una ciudad sitiada, golpeada por la violencia cotidiana. Una reafirmación del lugar propio que en tantas ocasiones puede sentirse como ajeno. Asimismo, la necesidad de generar una empatía absoluta con Omar y bajar a tierra el conflicto lleva al realizador a tomar decisiones un tanto simplistas: el momento en el cual el protagonista decide participar del acto que tendrá como consecuencia su detención es precedido por una escena en la cual un grupo de soldados lo humilla de diversas maneras a un costado de la ruta. En la misma línea, el agente israelí encargado de su caso será “humanizado” en varias oportunidades, pero de manera un tanto artificial, como si fuera un caso práctico de aplicación de las enseñanzas de un curso de guión.Más cerca de Pépé le Moko que de las intensas fábulas de su coterráneo Elia Suleiman, el cine de Abu-Assad se debate entre la representación de las penurias de un pueblo y la exigencia de hacer llegar sus ideas en un formato narrativo por momentos demasiado convencional. Tal vez por ello los últimos tramos de Omar se sienten tan poco interesantes, una vez que la potencia inicial se entrega casi totalmente a las vueltas de tuerca, al drama romántico disfrazado de fatalismo causado por la opresión del aparato estatal.
La doble vida de Omar El aclamado director Hany Abu-Assad, responsable de la nominada al oscar como película extranjera El paraíso ahora (2005), regresa con un film que gira en torno a la ocupación Israelí. El joven Omar (Adam Bakri) no puede evitar quebrar las reglas y atravesar el muro que divide en dos al pueblo Palestino para visitar a su amada Nadia (Leem Lubani). Cuando es capturado después de llevar a cabo una acción de extremo peligro en contra de la policía militar, deberá tomar dolorosas decisiones que involucrará su vida y la de sus amigos. El protagonista se mueve dentro del marco de la cruda realidad de Palestina. Las diversas escenas de persecución que atraviesan pintorescos y estrechos pasillos, logran transmitir exitosamente aquella sensación de inseguridad constante en la ocupada Cisjordania. El punto de inflexión es clarísimo y surge a partir de las consecuencias que trae el asesinato de un soldado de la milicia y que tiene como protagonistas a Omar y a sus dos amigos de la infancia Amjad y Tarek (Eyad Hourani), siendo este último el hermano de Nadia. A partir de este momento, el muchacho se verá envuelto en un universo de tortura, traición y sospechas en donde el espectador anticipa que de una forma u otra las cosas no terminarán del todo bien. Por otro lado, el factor amoroso lejos está de ser lo central en el film, lo cual llama un poco la atención ya que una primer mirada al tráiler y al afiche parecerían indicar que el eje principal pasará por la historia de amor repleta de las trabas de la guerra y la cultura conservadora de Palestina. Por el contrario, la misma se va desdibujando de a poco hasta convertirse en una suerte de melodrama en donde el espectador llega a cuestionarse la veracidad de ese romance tan puro que se nos presenta y se acerca más a un capricho momentáneo. Una lástima, ya que faltan algunos condimentos para terminar de empatizar con nuestro protagonista. El simple hecho de que sea joven y parezca un buen muchacho no son suficientes, y el factor amoroso, bien podría haber sido el eslabón faltante para aumentar el nivel de empatía hacía él. Más allá de la ausencia de los anhelados tórtolos enamorados, el retrato de la Palestina dividida visto desde el punto de vista de Omar, resulta lo suficientemente atractivo en compañía de secuencias que logran transmitir la perfecta dosis de realismo al relato.
“Omar”: duro thriller político palestino La imagen de un adolescente tratando de saltar el muro que separa su barrio del de sus amigos es impactante y prepara al espectador para un duro y dramático thriller político donde todos los personajes inevitablemente terminan traicionándose entre sí. Los personajes son jóvenes palestinos que pueden tomar las armas para responder al autoritarismo militar israelí casi sin pensarlo, con la espontaneidad de alguien que está inmerso en una existencia de constante violencia y paranoia. Sin medir las consecuencias de sus actos, el personaje del título termina preso en una cárcel donde es torturado hasta que no tenga otra opción que trabajar como soplón de sus amigos, entendiendo de a poco que tal vez su camaradas estén haciendo mas o menos lo mismo. En un punto de "Omar", hasta la novia que cuando el film comienza viste uniforme de colegio secundario termina mezclada en la telaraña de paranoia y desconfianza que empieza en lo político y social y necesariamente también termina invadiendo todo detalle de la vida personal. La elección del director Hany Abud-Assad de utilizar actores no profesionales para casi todo el elenco ayuda a que el nivel de verosimilitud de "Omar" sea a veces notable, aunque también determine ciertas limitaciones que enfrían un poco las escenas más dramáticas que entrelazan la acción poltica, que es lo más logrado de la película. El estilo realista y conciso funciona especialmente bien en todo lo que tiene que ver con la violencia urbana y carcelaria, en escenas no sólo bien filmadas sino muy creíbles. La trama es tortuosa, y por momentos exige más de lo que es razonable pedir a un elenco amateur que, de todos modos, está muy bien dirigido para poder sostener una serie de conflictos realmente complicados a todo nivel. El resultado es angustiante y terrible tal como exige el tema a contar, y más allá de que, desde un punto de vista ideológico, la visión que ofrece "Omar" pueda resultar parcial según cada espectador, lo cierto es que el film describe un mundo donde el odio y la violencia terminan borrando las diferencias entre los dos lados del conflicto.
Lealtades que valen La primera película palestina candidata a un Oscar es un thriller con tintes político y también romántico. El conflicto entre palestinos e israelíes ha tenido en el cine distintas maneras de abordaje, y la de Omar parece de las más sensible, o al menos fácil de atender. Porque los personajes palestinos sienten la ocupación israelí e integran la resistencia, y la película no se queda en cuestiones políticas, sino en los lazos que los unen, en una historia -convengamos, fuerte-, pero también de amor. Hay tres jóvenes amigos. Tarek (Eyad Hourani) es hermano de Nadia (Leem Lubany), de quien están enamorados los otros dos, Amjad (Samer Bisharat) y Omar (Adam Bakri). Los hombres son militantes de una brigada de la resistencia, y tras el asesinato de un soldado israelí, Omar es capturado y puesto en prisión. Torturado, no rebelará quién apretó el gatillo. Pero Rami (Waleed Zuaiter), el oficial israelí que tiene su caso, lo pone contra la pared. Si no coopera e informa quién fue, pasará la vida encerrado, sin poder ver a su amada ni a sus seres queridos. A partir de allí, Omar -que fue la primera película palestina en ser candidata al Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero, el año pasado, lauro que gano La grande bellezza- dejará más claros sus temas. Los dilemas de la lealtad, los de la amistad y el amor, y los de la patria. El filme de Hany Abu-Assad (El paraíso ahora), palestino nacido en Nazareth, es una suerte de thriller con un costado romántico. Omar, que se mantiene en buena forma pese a las torturas, también tiene que cuidarse entre su propia gente, ya que algunos lo señalan como un traidor. Porque ¿cómo es que lo dejaron en libertad? ¿Es porque es un soplón? Todo el entorno está politizado. Las estrechas calles por las que en más de una oportunidad Omar debe correr, huir de las fuerzas enemigas, el muro que separa, todo se recorta con las colinas, la topografía original se ve también shockeada con la que imponen los hombres. Cada vez que Omar, o Nadia o el personaje que se elija abre la boca, el que lo escucha no sabe si está diciendo la verdad, o no. Están inmersos en una situación en la que la deslealtad parece más común que la confianza. Omar no es un alegato, es un drama con su costado romántico, un filme de ambiciones precisas, cuyo desenlace es abrupto. Tanto -¿hay solución posible al conflicto entre israelíes y palestinos?- como el que la historia que cuenta ameritaba.
Historia transversal en pleno conflicto Como en otros films recientes (Intervención divina; El paraíso ahora) donde se describe el enfrentamiento que parece eterno entre israelíes y palestinos, la trama hace centro en el conflicto bélico-religioso pero deja lugar a otras historias que se ubican de manera transversal en diversos géneros. De esta manera, se observa cómo el protagonista Omar elude las balas de la muerte, se compromete con la causa palestina y decide arriesgar su vida y así encontrarse con Nadia, su novia. Pero el problema surgirá cuando Omar es capturado por los israelíes y acusado del asesinato de un policía. A partir de ahí, el director Hany Abu-Assad propone un relato que se abre a dos ejes conceptuales: por un lado, la historia bélica en donde el peligro está en cada esquina; por el otro, y tal vez se trate de lo más problemático y original del film, la forma en que el director describe a un personaje no políticamente correcto, al borde de la delación y la sospecha, dispuesto a todo para que su amor con Nadia enfrente cualquier decisión programada por superiores o enemigos. Desde allí, Omar entrega sus momentos originales y sus escenas de fuerte tensión dramática, fijando la atención en el espanto de la guerra y en esa zona difusa donde el bien y el mal no tienen destinatarios y los lugares comunes sobre el heroísmo y la dignidad humana se caen a pedazos. Omar es el eje de la trama, pero otros secundarios de peso rondan alrededor de un personaje repleto de dudas e incertidumbres. Acosado por propios y extraños, Omar teje una compleja madeja donde la ética se choca con el contexto y la lucha individual parece ganarle la partida a cualquier compromiso político con una causa determinada. En efecto, Omar, la película, traza una sutil línea de suspenso entre el deber del civil armado en batalla y un amor en el campo minado por el odio. En esa correspondencia entre lo público y lo privado, Omar, el personaje, adquiere su categoría humana más allá de su ideología. Y en ese punto el cineasta Hany Abu-Assad entrega su opinión sobre un caso límite: explorar hasta qué punto puede combinarse en un solo cuerpo un personaje enamorado y un civil dispuesto a dar la vida por su lugar de origen.
Vivir, amar y luchar en una tierra ocupada Es una realidad que conoce bien la que retrata Hany Abu Assad en este film que mereció el premio del jurado de Un Certain Regard en Cannes 2013 y posteriormente fue uno de los cinco títulos nominados al Oscar: el escenario es la Palestina de estos tiempos de ocupación, a un lado y otro de ese alto muro que Israel levantó para protegerse del terrorismo y que, en realidad, divide en dos a sus habitantes. Y no hacen falta demasiadas explicaciones para exponer la situación. Basta la escena inaugural, con Omar, el joven panadero que, con las debidas precauciones, se trepa rápidamente al muro para pasar al otro lado, donde vive y estudia Nadia, la muchacha de la que está enamorado. Son visitas furtivas porque al peligro de las patrullas y las balas se suma también la estricta vigilancia familiar, especialmente de parte del celoso hermano de la chica, Tarek. Con éste, a quien todavía no se ha decidido a confesarle ese sentimiento, y con Ajmad, cuya especialidad es la imitación de Marlon Brando, Omar integra desde la infancia un entrañable trío de amigos, que ahora, vista la situación, se prepara para conformar una célula de resistencia contra la ocupación. Pero a éstos, que se definen como "combatientes de la libertad" y pasan por experiencias comunes a las que viven muchos muchachos en situaciones no tan excepcionales, no los acompaña la fortuna: en una de las primeras acciones del grupo, un soldado israelí termina muerto y pocos días después, Omar es el único que resulta apresado y torturado salvajemente para que identifique al asesino. La única forma posible de recuperar la libertad -según la propuesta que recibe de un agente israelí de gesto amistoso- implica una traición. A sí mismo, a la causa, a sus amigos, a Nadia. El dilema que se le presenta es dramático y aparentemente sin solución. El conflicto árabe-israelí está siempre presente (él determina la base de la historia, claro), y Abu Assad lo expone con los ojos de un palestino, pero su visión no es parcial ni tendenciosa: más que justificar sus conductas busca explicar su porqué. Y apunta sobre todo al drama humano que padecen Omar y los demás. Ésa es la resonancia que prefiere subrayar el cineasta de El paraíso ahora, aun por encima de los otros elementos que se entrelazan en el relato y alimentan su interés: la historia de amor, el thriller, la manipulación, la paranoia y las distintas manifestaciones de la violencia. Los cambios de tono se suceden (hay romance, humor, intensidad dramática, unos cuantos interrogantes) y pueden parecer sorpresivos, pero es probable que con ellos el realizador palestino también contribuya a dar a su película una veracidad que descarta cualquier artificio o voluntad de manipulación y que, probablemente, también aportan los actores. Todos debutantes, a excepción del norteamericano y también productor Waleed F. Zuaiter (impecable como el agente israelí que propone el pacto al protagonista). Entre todos ellos, Adam Bakri impone su vigorosa y expresiva presencia en el personaje central.
Oscar-nominated feature shows honest take on the conflict from the weaker side Like his previous film, the award-winning Paradise Now (2006), Hany Abu-Assad’s riveting new work Omar is about the Israeli-Palestinian conflict. It takes place in the West Bank but, unlike most films dealing with this never-ending conflict, Omar is a powerful thriller, a tragic love story about a Palestinian militant caught by the Israelis and suspected by his own people of being a collaborator. Like Paradise Now, the tale of two childhood friends recruited for a suicide bombing in Tel Aviv, Omar was also nominated for an Oscar in the Foreign Language category in 2013. This time the story focuses on three friends who are militants affiliated with the Aksa Martyrs Brigades. Each of them comes across as an archetype of a different facet of war. There’s Tarek, (Eyad Hourani) the leader who starts the war, then there’s Omar, the soldier who fights the war, and finally there’s Amjad (Samer Bisharat), the opportunist who profits from the war. In a sense, you could say that these three characters represent the three factors in almost all types of war. And for many reasons, Omar, the film, is bigger than the conflict itself for it transcends its matter-of-fact aspects and instead goes for a more existential approach. Omar and Amjad are both in love with Tarek’s sister Nadia (Leem Lubany), but neither of them will propose until the time is right, meaning after the proper courtship comes to an end. In the meantime, Omar and Nadia spend as much time together as possible. One night, the three friends conduct a sniper attack on an Israeli military outpost and kill an Israeli soldier. Soon after, Omar is arrested and imprisoned, and Rami (Waleed Zuaiter), the Israeli officer handling his case, tricks him into an admission of guilt. So now Omar faces a very difficult choice: he can become a snitch and rat out his friends or otherwise he’ll spend the rest of his life in prison. Therefore, he tells Rami that he will collaborate, but deep down he knows he won’t. He will just pretend he is a traitor. Yet once he’s set free, and thanks to a series of Israeli interventions, all his friends and neighbours believe he really is a collaborator. Omar is as much a terrific thriller as a doomed love story. It’s briskly edited and keeps a rapid pace when necessary — the foot chases across the narrow streets of the urban West Bank are superbly shot — and it goes for a more leisured, reflexive mood when it’s the love story that prevails. It’s a film than can be poetic in its depiction of love blossoming and at the same time quite crude in its portrayal of the brutalities of the Israeli occupation. Likewise, the maddening state of mind of the Palestinians takes it toll: in this vicious war, all parties see their dreams vanish and their lives cut off short. And then there are the treasons, the mistrust, the paranoia. All deeply ingrained in the everyday life of Palestinians. Many viewers could be tempted to say that Omar is a biased take on the conflict, but I don’t think so. Instead, I’d say it’s an honest and daring take on how the conflict is lived and suffered on the other side, the less powerful one. It’s a matter of point of view, not of who the guilty party is. Above all, you could say that Omar is a character study of an individual at the end of his rope, also a metaphor for an entire population that doesn’t have many choices to stay alive. And talking about metaphors, compare the way Omar climbs up quite a tall wall at the very beginning and how the same wall proves to be too tall at the very end, when he’s already running on empty. Production notes: Omar (Palestine, 2013). Written and directed by Hany Abu-Assad. With Adam Bakri, Leem Lubany, Mr. Zuaiter, Samer Bisharat, Eyad Hourani. Cinematography: Ehab Assal. Editing: Martin Brinkler, Eyas Salman. Running time: 98 minutes.
Dilema entre muros La singularidad de este quinto opus del director Hany Abu-Assad, quien sorprendiera con su película Paradise Now (2005), radica en la mixtura de elementos genéricos para introducir, desde una narración clásica, el dilema ético del protagonista Omar. Un joven palestino acostumbrado a vivir bajo la ocupación israelí en Cisjordania, quien decide tomar el toro por las astas y dejar su impronta de autodeterminación ante un enemigo a veces invisible y otras sumamente perceptible de un lado y otro del muro. El comienzo de este relato, nominado al Oscar como mejor película en habla no inglesa, resulta elocuente y plantea desde el primer minuto una situación, que con el correr del metraje se transforma en un callejón sin salida: evitar la tortura de las fuerzas de ocupación a cambio de la traición de los propios compañeros de lucha; en realidad, es la amistad puesta en tela de juicio a la hora de defender los propios intereses. Algo similar ocurría, pero bajo otro tono y estilo, en Paradise Now, los dilemas de la ética puestos sobre la mesa y desde situaciones comunes para personajes ordinarios como es el caso de Omar (2013). Sin embargo, otra motivación más allá de la reivindicación de derechos de los palestinos ante el atropello israelí, se concentra en una historia de amor, con Nadia, hermana de uno de los amigos del protagonista. Nadia, además es la carta que utiliza el enemigo para persuadir al muchacho como parte de la estrategia de tortura psicológica y la presión ejercida por quienes lo monitorean y vigilan segundo a segundo, con esa cuota de autonomía y libertad falsa y a cuenta gotas. El thriller político se suma junto al melodrama en este film, que también recibió el premio Un Certain Regard en Cannes 2013, con la misma sutileza e inteligencia para mantenerse en un estado ambiguo en relación al despojo de todo estereotipo y estigmatización. Porque si hay algo que se debe celebrar en Omar, es precisamente la ausencia de maniqueísmos para adentrarse en el drama liso y llano de un joven sin estrategia, superado por el accionar de su enemigo y presionado por sus pares en la toma de decisiones, que pueden llevarlo tanto al cielo como al mismísimo infierno. Otro punto a favor es el detonante de todo el conflicto porque no es un acto de terrorismo ni de extrema violencia aquello que mueve el avispero y desata tanto de un lado como del otro al dios venganza, pretexto para que un conflicto complejo y sin resolución parezca difícil de escalar como aquellos muros donde la ética y los dilemas morales se juegan hasta el último segundo de existencia.
SIN SALIDA No hay salida nos dice a cada instante este film triste. La imponente empalizada que divide el territorio palestino en Cisjordania es una alegoría. Omar lo salta cada día para ver a su amada. Pero del otro lado tampoco está el cielo: el hermano de Nadia lo obliga sumarse a la resistencia y Omar no se anima contarle que ama a Nadia, porque el machismo por esos lados se hace sentir. Hay un atentado, Omar cae en manos de las fuerzas israelíes y tiene por delante dos opciones: o colabora dándole información al enemigo o quedará preso para siempre, sin Nadia y sin vida. Thriller, melodrama, suspenso, testimonio, todo se da cita en un film que no termina de convencer, sobre todo al final, cuando el folletín se mete en el medio de este drama de conciencia. ¿En quién creer? Nadie es leal del todo cuando la supervivencia está en juego. No solo el amor está detrás de las empalizadas. Todos viven encerrados en un escenario donde la traición, el miedo y la amenaza son moneda corriente. No hay salidas. La verdad se pierde en las callejuelas angostas de una ciudad donde todos huyen. ¿Omar los delató? ¿Si o no? ¿Nadia lo amaba? Las dudas y la incertidumbre son parte de un escenario donde la violencia no deja ver más allá de las empalizadas.
La cruda realidad del conflicto palestino-israelí se adueñó del cine con “Omar”, la nueva película del director Hany Abu-Assad (“El paraíso ahora”). El filme se estrenó en 2013 y fue el primer largometraje palestino nominado al Oscar. Además, esta historia que relata amor a través del muro obtuvo, entre otros, el prestigioso premio del Jurado en el Festival de Cannes. Omar es un panadero que pertenece a una brigada de resistencia en la Cisjordania ocupada junto a sus dos amigos Tarek (Eyad Hourani) y Amjad (Samer Bisharat). Tanto Omar como Amjad están enamorados de la hermana de Tarek, Nadia (Leem Lubany), a quien intentarán conquistar en medio del caos. Pero tras el asesinato de un soldado israelí, Omar es acusado de sospechoso y llevado a prisión donde se verá obligado a tomar decisiones que cambiarán el rumbo de su vida. Así, mientras Omar intenta sostener su relación con Nadia, sufre hostilidades que lo harán pensar en quiénes son sus verdaderos enemigos: ¿los policías, el gobierno, sus amigos, su amor por Nadia? Todos son sospechosos en tierras donde el amor no puede vivirse libremente. Torturas, acusaciones y sospechas son los elementos principales que sostienen este drama rodado en las calles de Israel y Cisjordania que mantiene en vilo al espectador durante 90 minutos. Abu-Assad vuelve a exponer un filme duro e intenso que retrata una historia de amor y traición sumergida en las enesmitades históricas de estas zonas orientales donde la realidad golpea fuerte.
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Algo del orden de lo dicho por el poeta cubano Israel Rojas se pone en juego en este filme, …”Hasta la idea más justa, si fanatiza es veneno”… De esto se trata esta producción en cortes a través de tres personajes, amigos desde la infancia pero que han tomado caminos diferentes en su juventud. Por un lado Tarek es el más comprometido en la lucha contra la ocupación israelí, Amjad se quedo atrapado en la envidia que les tiene a Tarek y Omar, el protagonista principal de la historia. Omar es un joven palestino que está acostumbrado a esquivar las balas de las tropas que vigilan el muro que separa Palestina de Israel, es un muro de contención y protección construido por los israelíes para disminuir los atentados. El principal motivo de este riesgo constante es visitar a Nadia, su amor secreto, con la contrariedad de ser la hermana de Tarek. Como no podría ser de otra manera un día Omar es capturado por el ejército, lo que dará comienzo a una nociva relación con la policía militar. Liberado por supuestas faltas de prueba y sin haber confesado nada, eso no disminuirá las sospechas de traición que se ciernen sobre él, situación que hará peligrar la relación de amistad entre los tres personajes masculinos. Todo lo que realmente le importa a Omar es su amor por Nadia, si para ello debe obedecer a Tarek, lo hará pero ¿Cuál es el límite? No se constituye ni por asomo a ser una crítica a los palestinos, al pueblo palestino, sino los que fanatizados, y en esto casi se universaliza el discurso, estos que son capaces de matar a sus propios cuando los mismos no están de acuerdo o con su ideología o con su metodología. De construcción clásica, con progresión lineal sin demasiados intentos de reformular nada en cuanto al lenguaje del cine, el director de la muy buena “Paradise Now” (2005) retorna a su mirada sobre el conflicto pero esta vez no logra la excelencia de la anterior. El problema principal no está en lo que quiere contar, sino en lo inverosímil del relato, no en la historia de amor, sino sobre todo cuando pone en juego la relación entre las fuerzas militares israelíes y el sospechado Omar, el final es la cereza del postre para esta cuestión, no sólo es inverosímil, es ridículo.
Omar es un hombre joven que vive en Cisjordania. Nadia, su amor secreto, vive del otro lado de un gran muro al cual debe trepar tanto para verla como para encontrarse con Amjad y Tarek (hermano de Nadia), sus amigos de la infancia y compañeros de militante resistencia armada. Cada nueva película de Hany Abu-Assad es la confirmación de un realizador tan talentoso como sensible. Él retrata, ya sea en formato ficcional o documental, como es el devenir de la vida en un territorio controlado por una fuerza militar extraña. Pero aun en Palestina la gente crece, se desarrolla, se enamora y eventualmente se traiciona, como en cualquier otro lugar del mundo. Claro que mientras lo hacen debe atravesar ciudades que son auténticos laberintos indescifrables. Los puestos de control de El casamiento de Rana y el documental Ford Transit y los muros de Paradise Now y Omar terminan por delinear geografías opresivas y asfixiantes. Omar es un thriller con tintes políticos y dramáticos que cuenta una historia de traiciones, de un amor casi imposible, de una resistencia política armada y, en última instancia, la crónica de una venganza. Una vez más Abu-Assad demuestra un amplio dominio del ritmo, desarrollando un relato que avanza en un in crescendo constante logrando transmitir el agobio que siente el protagonista a medida que avanza la película. Trece años después de la aparición de El casamiento de Rana en Cannes da pena saber que el conflicto continúa y que por muchos años más Hany Abu-Assad tendrá que seguir describiendo las dificultades de vivir en Gaza y Cisjordania. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La primera imagen del film es elocuente. Un primerísimo primer plano de Omar y el título sobre negro nos anuncian que será un relato en primera persona. Otra vez, como en “Paradise Now”, Abu-Assad centra su historia en un grupo de jóvenes amigos palestinos que accionan contra la ocupación israelí. Si en su emblemática película del año 2005 la historia se centra en la preparación de un atentado suicida y los acompaña hasta su destino final, en “Omar” el relato empieza a desenvolverse después de un ataque que realiza el protagonista junto a sus amigos Tarek y Ahjmad. Concentrándose luego en la consecuencia que tiene en ellos esta acción y el complejo sistema de desgaste e inteligencia israelí para destrozarlos psicológicamente, llevándolos a complejas relaciones de desconfianzas y traiciones. La apuesta del director de construir personajes con los cuales podamos empatizar para interiorizarnos en un conflicto de las características del palestino israelí es interesante. La estigmatización del mundo árabe tiene una herramienta de construcción muy valiosa en el cine, y es común ver a árabes brutales, gritones e irracionales poblando las pantallas de la mano de films norteamericanos. Por más grotesca que nos parezca, esa operación es efectiva y aporta a la construcción negativa del imaginario sobre el mundo árabe y es una pieza clave en la legitimación de sus políticas guerreristas. En ese sentido el acercamiento a la subjetividad de Omar, un joven carismático, es una decisión política-estética valiosa que el director profundiza construyendo una historia de amor que involucra de alguna manera a los tres personajes y estructura el relato. Si bien la apuesta es interesante, el resultado no lo es tanto. Es como si la trama quedará prisionera de una serie de redes de causas y consecuencias en donde la construcción de un relato cerrado primara por sobre la conformación de personajes inmersos en la complejidad del conflicto que se narra. A medida que avanza la película y a través de una serie de revelaciones, nuestra atención va centrándose cada vez más en descubrir y entender la trama como si se tratara de una película de espías y menos en profundizar sobre la subjetividad de los jóvenes. Como si la película tomara el camino inverso al que propone, y pasara del primerísimo primer plano al plano general. Utilizando las estructuras del cine hegemónico, Abu-Assad logra construir un relato sólido aunque sin trascenderlas no logra conmovernos. Es por esto que a pesar de momentos efectivos (como cuando hacia el final de la película Omar no puede atravesar el muro, ese gigante muro construido por Israel y que atravesó con facilidad anteriormente) el esqueleto formal parece ahogar la emoción y debilita en parte la empatía que se propone generar. Así llegamos al final donde Omar enfrentará en soledad su destino final, allí matará al ocupante, pero el corte abrupto a negro y el silencio nos hace pensar que después de esa acción, individual y desesperada, no lo espera el paraíso.
El lado humano de los guerreros “¡No puedo ir ahora porque estoy en la puta Cisjordania!”, vocifera el oficial israelí al teléfono. Ha tenido que interrumpir el interrogatorio a un detenido palestino para atender a su mujer que lo llama desde otra ciudad por un reclamo doméstico. La película de Hany Abu-Assad, “Omar”, cuenta la historia de tres amigos palestinos en ese lugar del mundo, precisamente, “la puta Cisjordania”. Una buena definición que sintetiza las condiciones de vida en un sitio partido en dos, o quizás en tres, o tal vez más fragmentos. “Omar” no es un film político, aunque la política es uno de sus temas, ni es un film de guerra, aunque la violencia es protagonista. Es un film que trasciende la anécdota y las circunstancias, aunque tienen un peso inobjetable en la trama. “Omar” habla de los sentimientos, del sentido de pertenencia, del valor de la lealtad, del honor, de la confianza y de lo difícil que se hace a veces para los seres humanos conocer la verdad de las cosas. El muro de aislamiento, que divide ciudades, pueblos, campos de refugiados, familias, amigos, es un dato concreto de la realidad que corporiza en fríos bloques de cemento la ocupación israelí en territorios palestinos. Pero si bien pretende marcar una frontera, la realidad indica que la ocupación se padece de los dos lados y no se perciben diferencias entre uno y otro. El caso es que el joven Omar trabaja de panadero en uno de los lados, pero sus afectos están en el otro. Ellos son sus amigos de la infancia, Tarek y Ajmad. Los tres militan en la resistencia clandestina y se entrenan en secreto para ser buenos combatientes. Pero también está Nadia, hermana de Tarek, de quien Omar está enamorado. Para visitarlos, el muchacho arriesga su vida trepando el alto muro y esquivando las balas de la guardia fronteriza del Ejército Israelí. A veces es detenido e interrogado, con humillaciones incluidas, por alguna patrulla, pero nada parece amedrentarlo. Como es de suponer, todos los jóvenes palestinos sueñan con liberarse de la ocupación y poder realizar una vida normal y también quisieran un futuro de paz, tener una familia, una carrera. Ellos hacen planes como cualquier joven en cualquier lugar del mundo, sólo que la realidad en la que viven es particularmente opresiva y condicionante. En un momento Omar, Tarek y Ajmad deciden tener su bautismo de fuego y atacan a unos soldados del otro bando desde la oscuridad de la noche, matando a uno de ellos. Si bien se encargan de borrar las huellas, la policía militar fronteriza caerá pronto sobre ellos, arrestando a Omar, a quien somete a torturas para que entregue al que disparó. El joven pasa un tiempo en prisión, soporta un trato cruel y luego es liberado, pero con la condición de que encuentre al asesino del soldado y lo entregue. El oficial que ha tomado el caso está al tanto del afecto que el chico siente por Nadia y utiliza esa información para atormentarlo más con amenazas, dudas y sospechas, lo que va minando su moral. A partir de ese momento, el relato adquiere las características de un thriller en el que todos empiezan a sospechar de todos, hay tensión, persecuciones, emboscadas. Omar vuelve a ser detenido, nuevamente es liberado con más compromisos, empieza a actuar de doble agente, pero en su fuero íntimo no quiere traicionar a sus amigos, aunque su vida pende de un hilo. Así, se va complicando la vida de todos y ya nada vuelve a ser lo mismo entre ellos, atrapados en una vorágine de acontecimientos violentos, en donde corren rumores de todo tipo, las amistades se quiebran sometidas a un flujo de información y contrainformación muy desgastante. El relato se torna laberíntico, como son las calles y los pasadizos palestinos en ese agitado lugar del mundo, y las cosas tendrán un desenlace sorpresivo, aunque no descabellado en ese contexto signado por la violencia sin ley. Hany Abu-Assad se propone explorar la experiencia humana, “el lado humano de personajes violentos”, sin tomar partido ni condenar, eso “se lo dejo a los tribunales del mundo”, dice. Y se ubica en el lugar del artista, un trabajo que evidentemente conoce y desarrolla con un gran talento. “Omar” es una película muy recomendable (estará en cartel solamente hasta el miércoles), hecha con actores no profesionales con la sola excepción del norteamericano y también productor Waleed F. Zuaiter, que interpreta al agente israelí.