El que mucho abarca...
Omisión tiene buenos actores, una materia prima argumental siempre atractiva como los dilemas eclesiásticos y una factura técnica impecable. Si todo eso sumado no resulta en un film sólido y del todo convincente es porque el guión del operaprimista Marcelo Páez Cubells (cuyo principal antecedente en cine era el de haber escrito Boogie, el aceitoso) intenta abarcar demasiado, quedándose siempre a mitad de camino.
El film comienza con el regreso a sus pagos de Santiago Murray (un Gonzalo Heredia siempre atribulado), convertido en cura. Los motivos de su partida se irán develando progresivamente, aunque no será difícil suponer, más aún cuando los flashbacks son un artilugio recurrente, que algo oscuro anida en el pasado. La cuestión es que, ni bien vuelve, recibe la confesión de un asesino (un psicólogo amante de la justicia por mano propia interpretado por el gran Carlos Belloso). Asesino que, por si fuera poco, le adelanta fecha y hora del próximo crimen, obligándolo así a tensar los límites de su vocación. A partir de allí, Omisión se plantea como un juego de gato y ratón, con el cura persiguiendo al confesor y éste tratando de culminar su plan, al tiempo que la oficial a cargo de la investigación (Eleonora Wexler) no es otra que la ex del cura.
Planteado de esta forma, queda claro que Páez-Cubells no ofrece nada demasiado novedoso, pero que podía recorrer con seguridad los dignos caminos del thriller. El problema es que su voluntad acaparadora configura un puzzle demasiado poco estimulante para el espectador, ya que la pista criminalista es de fácil resolución -incluso llama la atención que la policía no vislumbre su entramado mucho antes-, la idea siempre polémica de la aplicación de Ley de Talión está apenas sobrevolada, los dilemas éticos y vocacionales del protagonista se limitan a meros esbozos y la tensión sexual entre él y su ex no superan lo superficial. Omisión es, entonces, una película fallida, que tenía todo para resultar mejor.