Escuálidas y vagas ideas
La televisión argentina, en los últimos tiempos, tiene grandes deficiencias en sus producciones novelísticas. Pero esto parece enorgullecer. Podríamos decir que estas novelas se asemejan cada vez más a las producciones brasileñas o venezolanas. Hay un regocijo en la constante repetición de historias con poco sustento, desprolijas y mal actuadas. Se preguntarán qué tendrá que ver esto con la película. Mucho, créanme.
Este fenómeno que se da en la televisión con las novelas, se expande, de alguna manera, al cine nacional. Hay un reconocimiento por parte del público de ciertos actores. Pero no hay un criterio de calidad de actuación. Aparece entonces un espectro de actores conocidos a los que directores, tanto de televisión como de cine, recurren sabiendo que con ellos asegurarán una parte del público. Ya, desde ahí se nos habla de la calidad de la película. ¿Qué director que piensa que su idea es buena puede llamar a actuar a Gonzalo Heredia? Se pueden dar oportunidades, hay actores que sorprendieron, pero hay otros que es sabido que se tendrían que haber dedicado a otra cosa.
Me parece absurdo creer que el público argentino quiere ese tipo de producciones. Son argumentos que muchas veces han funcionado como excusa para no poder llegar a construir buenos materiales. Pero también esta falta de ideas llamativas y renovadoras de este aire viciado tiene que ver con la óptica de los directores o productores de cine argentino. Como ya hemos dicho en otras instancias, se juega con la indulgencia. Parece ser que los argentinos nos tenemos que conformar con eso, porque el cine nuestro “es así”. Y es ahí donde surge el peor de los resultados de estas malas producciones: sea habla del cine argentino como uno. Se le anula, así, la oportunidad a varias películas, que tienen una menor economía o directores menos conocidos, de poder hacer la diferencia. Porque nos llega, en definitiva, un cine del consumo, películas “mírela y tírela”. Se pierde, en esa mirada, al cine como arte y se lo coloca de la mano del entretenimiento vacío de contenido.
Omisión es otra de esas películas pasatistas: uno puede recorrerla e irse sin nada nuevo. Nos presentan nuevamente algo masticado, donde todos nos vamos con una misma opinión porque no hay nada que pensar. No hay un desafío que haga jugar nuestra experiencia y saque a luz varios significados. Pero además de incurrir en esta falla de base, Omisión tiene efectos contrarios a los que se propone. No hay una verosimilitud posible, ya que el público no puede evitar reír -aunque lo que se intente es generar un clima de suspenso y drama- al ver a Gonzalo Heredia llorando sin que se le caiga una lágrima; viendo a Fernanda Callejón hablando de sus problemas con el psicólogo de manera exagerada y poco creíble; o siendo testigos de las caras y poses “hombre malo, muy malo” de Carlos Belloso.
El director y guionista Marcelo Páez Cubells nos ofrece una película que trabaja sobre dos vertientes pero que no sabe aprovechar ninguna. Por un lado, presenta un policial -si se quiere decir-, pero que no tiene un sustento porque las historias que lo cimientan resultan vagas y poco llamativas. La segunda vertiente, que podría haber sido más interesante pero que tampoco lo logra, se da en paralelo al policial, siendo constituida por la vida en el barrio y el lugar de esta nueva figura que surge en nuestra sociedad: “el cura villero” (Heredia). Pero la temática se toca de forma superficial. No aparece una verdadera crítica social a las desigualdades, sino que el cura se presenta como una persona “buena” que les da plata a los pobres y que lucha contra personas “malas”. Esta dicotomía que se encara deja afuera todo posible análisis social que se pueda hacer de estas figuras que están produciendo un cambio en la mentalidad de instituciones tan ortodoxas como la Iglesia.
Si sumamos a lo antes mencionado las escenas mal fundamentadas y un guión poco desafiante, quedamos delante de una de esas películas que lo único que hace es traspasar la producción novelística argentina al cine.