La topo
Operación Red Sparrow (Red Sparrow, 2018) es una película de espionaje que tiene la disciplina de atenerse a los principios del género sin buscar auxilio de escenas de acción o romance. El problema es que la historia por sí sola no es tan inteligente como se cree ni es tan interesante como debería ser.
Jennifer Lawrence hace de Dominika Egorova, una bailarina del Bolshoi que sufre una fractura y en su temor de obsolescencia termina esclavizándose para su tío Ivan (Matthias Schoenaerts), un oficial del Servicio de Inteligencia Extranjera. Ivan usa a su sobrina libremente como femme fatale, la envía a un instituto para formarla como espía (“escuela de putas” la llama Dominika, entrenada grotescamente a seducir extraños por una dictatorial Charlotte Rampling) y luego forma parte de una operación para descubrir un topo que está colaborando con la CIA.
Dirige Francis Lawrence, otrora realizador de la pueril serie Los juegos del hambre. La película representa el más nuevo esfuerzo de Jennifer Lawrence de finalizar su salto hacia un tipo de cine más “adulto”. Efectivamente Operación Red Sparrow reduce a la heroína de acción a una víctima harto torturada y humillada, constantemente a medio desnudar y magullada desde hace dos o tres escenas; el consuelo es la posibilidad de que está aguardando al momento perfecto para deshacerse de sus enemigos.
Una vez Dominika se recibe de “puta” (sus palabras) cruza caminos con la CIA y mantiene una ambigua relación con Nash (Joel Edgerton), el agente de la CIA a cargo de proteger al topo ruso que Dominika debe descubrir. Se sucede una extensa colección de escenas propias del género: se pasa lista a todo tipo de traiciones, castigos y ejecuciones. Dada la relativa calma con la que se mantiene el resto de la cinta - en definitiva trata sobre gente negociando información - los exabruptos de violencia se sienten tanto más dolorosos.
La película es competente en el nivel más formal de todos; narrativamente todo depende del personaje de Dominika. Es cierto que Lawrence tiene el halo de una auténtica estrella y posee suficientemente magnetismo como para cargar cualquier película sobre su cuerpo (expresión más literal que nunca en Operación Red Sparrow), pero su personaje se siente a medio cocer y a pesar de sus numerosas humillaciones y varias escenas de supuesta intimidad nunca forma una conexión emocional con el espectador.
Falta algo. Quizás es que tanto de la película depende de la relación entre Dominika y otros personajes que deberían ser clave pero también quedan indefinidos, su impacto en la trama más teórico que otra cosa. No resuenan como deberían: la extraña relación entre Dominika y su manipulador tío, entre ella y el caballero en apuros Nash, entre ella y su lisiada madre (Joely Richardson), que motiva sin gran convicción la trama. Los personajes se sienten más elementos que personajes; elementos que cumplen su función pero nunca alcanzan el nivel de significancia que deberían.