Como todo el cine, el cine de espías también cambia. Atómica y ahora Operación Red Sparrow ponen patas para arriba los esquemas del género: protagonistas mujeres que tienen que abrirse paso en mundos gobernados por hombres y pelear a la par de ellos. El planeta sigue cruzado por las mismas intrigas diplomáticas que siempre, las mismas guerras de inteligencia (la rivalidad de Estados Unidos y Rusia sigue proveyendo un escenario ideal, incluso después de terminada la Guerra Fría), los mismos juegos de engaños, las mismas persecuciones silenciosas. Pero ese universo ahora es atravesado por rasgos del drama femenino que llegan desde otras latitudes fílmicas: la competencia internacional por fragmentos de información ya no es motorizada por hombres entregados a su oficio (como en El Topo), sino por mujeres que son arrojadas a esa pelea contra su voluntad para sobrevivir. Las películas, cada una con sus matices, conservan el nervio y el suspenso del género, pero no dejan de insinuar, como si fuera un rumor permanente, que las protagonistas están ahí por culpa de una sociedad desigual que inviste a sus integrantes masculinos con el poder que las aplasta a ellas. No es nada muy nuevo, tampoco, sino algo común que suele llamarse con un poco de pereza resignificación o relectura.
Operación Red Sparrow narra la seguidilla interminable de abusos y desgracias que sufre Dominika, bailarina principal del Bolshoi que se mantiene a ella y a su madre gracias al apoyo del teatro. Dominika se quiebra la pierna justo al final de un acto, deja el baile y un tío sombrío la busca para ofrecerle trabajo. Una cosa lleva a la otra y en poco tiempo Dominika está en una escuela de espías perdida en la nieve en la que se enseña a sus miembros tácticas de seducción y de manipulación psicológica. Dominika supera las pruebas como puede y le asignan una misión: ganarse la confianza de un agente de la CIA y averiguar el nombre de un topo que opera en el gobierno ruso.
Todo está más o menos dispuesto para el comienzo de la intriga, entonces, pero a los secretos habituales del género, Operación Red Sparrow le agrega el drama de Monika, una chica común tironeada de un lado para el otro por un tío vicioso y un gobierno inescrupuloso. Una mujer atrapada en un mundo de hombres despóticos y crueles; una película de espías que esconde una woman’s picture.
Francis Lawrence dirigió a Jennifer Lawrence en la trilogía de Los Juegos del Hambre. El hombre sabe perfectamente con qué escenario proveer a la actriz para su lucimiento personal: un relato lleno de adversidades, un desafío tras otro, abusos de toda clase, sufrimiento físico y mental, golpes, sesiones de tortura. De ese calvario emerge un personaje femenino que parece estar de moda: la mujer lastimada que se sobrepone a la adversidad sin perder la compostura, que a pesar de todo se mantiene entera y que hasta lleva sus moretones con elegancia, casi con orgullo.
Lawrence entiende de estos asuntos: en Los juegos del hambre le pone el cuerpo a la típica heroína involuntaria que carga con el peso de salvar a otros, en Joy hace a una madre incansable que se ocupa de hijos, exmarido, novio y padres por igual. Desde Lazos de Sangre (Winter’s Bone) que la chica rara vez la pasa bien en una película. La espía de Red Sparrow es, como sus personajes anteriores, una mujer de escala humana que nada sabe de las proezas físicas o cerebrales de sus pares de X o La Villana. Dominika no está particularmente dotada para nada que no sea el engaño y la atracción. Entre ella y otro hombre apenas si pueden matar a un asesino profesional (de nuevo, por enésima vez, se escuchan ecos de la escena filmada por Hitchcock en La Cortina Rasgada).
De fondo, un retrato divertido sobre una Rusia con ecos de su pasado soviético hecha de edificios grandes y grises que exhiben la nostalgia de una arquitectura envejecida demasiado rápido. Los altos mandos del servicio secreto evocan el porte duro y malévolo que el cine supo darles a los jerarcas de la KGB. Contra esos monstruos de otra era se mite la protagonista mientras va y viene por hoteles, pasillos y hospitales que parecen anclados en otro tiempo.