Mentiras verdaderas a orillas del río
En abril del año 2000, una noticia explotó en las pantallas de Crónica TV: un supuesto grupo de militantes entrerrianos pasaba a la clandestinidad y tomaba las armas. El film de Herzog explora los restos de esa ficción construida para y por los medios.
Si es cierto aquello de que la tragedia tiende a repetirse como farsa, la ópera prima de Nicolás Herzog intenta demostrar que, en tiempos donde la visibilidad sólo se logra a través de la operación mediática, las tonalidades de la historia reciente pueden acercarse a la bufonada lisa y llana. El hecho puntual que da origen a Orquesta roja, investigación documental con algo más que una pizca de ficción, retrotrae al espectador a los años del gobierno de la Alianza, período de temblores sociales y crisis de toda clase. Una era marcada por el nacimiento, como reacción a la realidad cotidiana, de decenas de grupos de militantes y piqueteros, en principio ajenos a la actividad política más tradicional. Algo en las bases parecía cambiar, aunque los reclamos sociales no se diferenciaban demasiado de los históricos gritos de igualdad y justicia. En ese contexto, el 5 de abril del año 2000, una noticia explotaba con clásicas letras blancas sobre fondo rojo en las pantallas de Crónica TV: el Comando Sabino Navarro, un supuesto grupo de militantes de Concordia, provincia de Entre Ríos, pasaba a la clandestinidad y tomaba las armas, llamando a la insurrección civil inmediata e intransigente.
Horas más tarde, la verdad se imponía con toda su fuerza. La tensa situación no había sido sino una operación periodística, orquestada en conjunto con un pequeño grupo de militantes encabezado por José María “Chelo” Lima. La idea tenía, por un lado, el noble objetivo de llamar la atención sobre la paupérrima situación de desempleo y marginación de Concordia, utilizando las armas de la exposición mediática, construyendo una falsa pero excitante realidad momentánea. Por el otro, acaparar el rating con las herramientas más antiguas del mundo: el morbo, la sorpresa y el miedo. La noticia (la falaz y sus corolarios bien reales, que incluyeron la prisión en cárceles comunes de los protagonistas) ocuparon las páginas de los diarios y la programación de los noticieros durante semanas, pero hoy pocos recuerdan aquel día en que las actividades guerrilleras parecieron retornar a la Argentina.
Nicolás Herzog viajó a Concordia para encontrarse con los tres personajes centrales de aquella historia: el propio Chelo Lima, su amigo y compañero de militancia Carlos Sánchez, y Patricia Rivero, otrora voz cantante en piquetes y cortes de ruta, ahora alejada de cualquier actividad política. Orquesta roja se vertebra, entonces, a partir de diversos recursos narrativos paralelos, que incluyen la tradicional entrevista, pero también la reconstrucción de los hechos –en algunos casos, con los protagonistas reales “haciendo de sí mismos”– y el uso de material de archivo audiovisual y gráfico. La primera mitad del film logra construir un relato atractivo y por momentos intenso, donde el andamiaje periodístico de la noticia es expuesto en toda su barbarie (resulta iluminador comparar las imágenes del comando de encapuchados dando la famosa entrevista con las “peleas” de famosos que ocupan las pantallas de TV mañana, tarde y noche). La película misma expone algunas de las huellas de su construcción al dejar en la pista de audio expresiones como “acción” o “corte”, amén de la aparición esporádica de la claqueta.
El documentalista no puede evitar cierta fascinación –lógica, en última instancia– por sus sujetos, particularmente por la figura del Chelo, quien por momentos deja entrever cierta cualidad de mitómano consumado. Pero al mismo tiempo ese encandilamiento le impide aportar un punto de vista claro sobre el material que tiene entre manos, algo que no tendría mayor relevancia si se tratara de un documental de observación tradicional, pero que resulta central en una película que reflexiona sobre las costuras de los medios audiovisuales. No es casual que a partir de determinado momento, que coincide con la escena en la cual Lima y Sánchez son detenidos delante de las cámaras de la televisión local, Orquesta roja se pierda en meandros de relativa importancia, repitiendo conceptos y estirando innecesariamente algunas escenas. Más allá de la prolijidad técnica y el cuidado en el montaje, que demuestran el profesionalismo con el cual fue abordado el proyecto, Orquesta roja termina rozando cierta superficialidad, que la icónica imagen final del Chelo, vestido como un falso Che y rodeado de gomas en plena combustión, no hace más que confirmar.