Ironía a medio camino
La idea original del director austríaco radicado en Argentina Lukas Valenta Rinner, no era mala y hasta se tomaba con humor en tono de crítica social la invasión en el país de los “otros”, los excluidos del sistema, los pobres. Un tema complejo y triste que toda la vida definió a la convivencia capitalista tan arraigada en este país. Pero la ironía que dejaba esbozar una mueca da paso a la crudeza y a la caída de la obra misma convirtiendo a Parabellum en un film que no deja nada sustancial.
La historia presenta a un oficinista de clase media que ante los primeros indicios de un apocalipsis y saqueos consecuentes en otros puntos de la ciudad, decide escapar a un programa de defensa personal y armamentística para personas que como él no desean incluir al otro o temen su integridad física, todo esto en el Delta del Tigre. En forma de secta este hombre es entrenado junto a un grupo de desconocidos en el enfrentamiento particular o en equipo ante posibles ataques en la ciudad. Prevalece ese contraste tan criollo entre ciudad “civilización” o esta vez “atentado a lo conocido” y amenaza de barbarie inminente. La selva en Tigre, esa porcioncita de naturaleza como el camuflaje ideal y la acumulación de sabiduría y tácticas militares que hasta recuerdan las locaciones elegidas en el triste pasado de la historia argentina en la formación de tropas guerrilleras.
Lo aparentemente correcto a veces puede resultar ridículo, absurdo y hasta peligroso. Los cambios en el protagonista se hacen presentes y evoluciona con él la trama en la conversión de todo un combatiente. Pero no todos los ciudadanos alistados en el programa estarán capacitados para soportar tal ritmo de supervivencia y la situación puede desbordarse. Lo cierto es que el film, pasada su media hora, pierde todo brillo que había generado en un principio esa fascinante expectativa.
Parabellum hace recordar tres cosas. Una, la ironía con la que las clases sociales en el país tratan de convivir desde la solidaridad e igualdad impuesta por el Estado y abrazada por organismos y particulares pero también clarifica a tantos otros que prefieren apuntar esas ayudas sociales como limosnas para vagos de programas fallidos que no generan la “cultura laboral” y que, ante una “sensación de homogeneidad”, se ven amenazados en sus derechos. Segunda, la popularización de series televisivas como The walking dead que enseñan cómo sobrevivir y reorganizarse después de un apocalipsis desbastador que afecta la Humanidad y otros films precisos a la temática de grupos contra su misma u otra especie tanto animal y hasta sobrenatural. Y la tercera y más obvia, al imaginario gráfico de un tiempo “pasado” aparentemente mejor inflado en un globo o una piñata de fiesta que con el pasar del metraje se va desinflando porque pierde el aire.