La importancia del tono
En 2016, Perfetti sconosciuti, de Paolo Genovese, se alza con los premios a la mejor película y guión del año en los premios David di Donatello (los Goya italianos). La historia de un grupo de amigos que plantean un juego con los móviles mientras cenan en casa de una de las parejas durante un eclipse conquistó a los espectadores, estableciendo récords de recaudación en la taquilla italiana.
El guión de este filme italiano se convierte en el soporte para el remake español filmado por Alex de la Iglesia, Perfectos desconocidos, gracias al nexo de unión de Mediaset que está involucrada en ambas producciones.
Si comparamos ambas versiones lo primero que llama la atención es que el filme italiano (obra de Genovese y otros tres guionistas) es seguido escrupulosamente por la versión española. El guión de Alex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría reproduce de manera idéntica las frases del diálogo incorporando las necesarias variaciones provocadas por el cambio de país (las alcaparras italianas y la referencia a Anzio se convierten en trufas y Valencia en la versión española) o la permuta del personaje que propone el juego del móvil que trastocará la cena.
La introducción y presentación de los personajes, la composición escénica y la importancia del casting son otros puntos de unión que el filme de Alex de la Iglesia tiene con el original italiano. Podría por la tanto pensarse que estamos ante un simple remake considerado desde un punto de vista meramente profesional y más teniendo en cuenta que su realización viene inmediatamente a continuación del anterior proyecto del director vasco, El bar.
Sin embargo si vamos más allá de la coincidencia en el texto, el tono del relato termina configurando dos filmes diferentes. Perfetti sconosciuti comienza con un tono cómico que poco a poco se va transformando en un drama, los equívocos provocados por el juego desvelan la verdadera naturaleza de las relaciones entre los amigos y sus propias parejas, y el desenlace, suavizado con un truco final de guión, nos deja un sabor amargo en relación con unos personajes a los que hemos ido viendo realmente como son tras la fachada de la amistosa apariencia inicial.
Perfectos desconocidos mantiene el tono cómico, lo lleva hacia delante forzando la situación (gracias a la presencia de un actor que entra al trapo de la comicidad como es Ernesto Alterio) y termina convirtiendo la película en una sátira sobre las realidad y la mentira, introduciendo en el relato un punto de vista casi onírico resaltado por la importancia que se concede al acontecimiento del eclipse (un elemento no destacado en la versión italiana).
La presencia del eclipse de luna de sangre causa un efecto extraño en la ciudad con un influjo lunar que crea una situación sobrenatural. Una esfera redonda que se va tiñendo de sangre y que, mostrada cada vez de una forma más engrandecida, parece provocar sucesos extraordinarios que enrarecen el ambiente. Desde la terraza del piso se observa cómo la violencia se adueña de la calle (el accidente de coche), un personaje habla de la leyenda de los mayas, las relaciones entre los amigos se van alterando y agriando llegando al enfrentamiento, se toman una foto y parece que ocurre algo extraño, etc.
Bajo ese espíritu irónico el filme de Alex de la Iglesia repasa, al amparo del uso del móvil, la fragilidad de las relaciones humanas. Parejas y amigos parecen conocerse perfectamente en base a su larga amistad o la estabilidad de sus matrimonios; sin embargo, cuando detalles íntimos o secretos surgen a la luz, esa estabilidad adquiere una inconsistencia que hace tambalear la seguridad de sus sentimientos. El cirujano que recibe asistencia psicológica, la chica que es el paño de lagrimas de su ex, el marido que mantiene una relación con una joven, la mujer que tiene un compañero de juegos sexuales online, el personaje que oculta su homosexualidad, etc.
Mientras el filme italiano se va sumergiendo en el drama al ir descubriendo todos los personajes que la fachada inicial esconde aspectos que minan su amistad, Perfectos desconocidos decide apostar por la tragicomedia, la sátira y el histrionismo llevando al límite las situaciones, provocando la hilaridad. Genovese apunta las situaciones mientras Alex de la Iglesia las hace patentes (en la versión italiana el personaje que descubre que su amigo es el amante de su mujer se limita a mirarlo, en la española, lo abofetea; el truco final para cerrar el relato es introducido de una manera muy liviana en la versión italiana, mientras Alex de la Iglesia lo explicita y ya lo había apuntado en la escena del selfie).
Una sátira que permite sostener de una manera adecuada la irrealidad de la propuesta (el cúmulo de secretos y traiciones que son capaces de generar este grupo de amigos es exagerado) haciendo que el espectador no se plantee ninguna duda y decida disfrutar del abanico de situaciones cómicas que provoca el enredo de las distintas historias entrelazadas entre sí, planteando diferentes temas como la necesidad de mantener una parcela privada, el abuso de la tecnología o el riesgo de apostar por la verdad.
Además, dentro del esquema del remake, Alex de la Iglesia nos propone un filme en el que podemos encontrar el universo que el realizador y su guionista han cultivado desde el inicio de su carrera. La limitación escénica de un espacio reducido que se convierte en un universo particular y que hemos visto en la finca de La comunidad, el plató de Mi gran noche o la reciente El bar; una situación externa que condiciona a los personajes (la llegada del Anticristo en El día de la bestia, unas muertes extrañas en El bar o el eclipse en esta última); o la apuesta por un casting coral en el que actrices y actores se convierten en una parte fundamental de la (re)creación de los personajes.
Perfectos desconocidos supone también un homenaje al cine de Pedro Almodóvar. El color rojo mostrado aquí de una manera protagonista invadiendo la imagen de la luna o la blusa de Belén Rueda, el diseño escénico del piso y la terraza y el juego entre una situación real e imaginaria (esa luna irreal, el viento de la escena final), son trazos que nos recuerdan algunos elementos del cineasta manchego.
Este último trabajo de Alex de la Iglesia nos deja un ejercicio cinematográfico que rompe con la teatralidad de un escenario único en un ejercicio fílmico que juega con los movimientos de cámara, el montaje y el movimiento interno de los actores en el propio plano; un ejercicio que, al igual que ocurre con una partitura musical, extrae nuevos significados de una misma escritura, para dejar patente que Perfectos desconocidos, a pesar de su inspiración foránea, cuadra perfectamente con la trayectoria fílmica de Alex de la Iglesia.