Eclipse de Luna
Ya sea desde su debut como director en la bizarra Acción Mutante (1993) o en su último trabajo cinematográfico, la remake de Perfectos Desconocidos (Perfetti sconosciuti, 2016), el film del realizador italiano Paolo Genovese, Álex de la Iglesia genera a nivel narrativo sus propios códigos y reglas que se aplican a la idiosincrasia española y a un estilo personal descarnado y satírico deudor del cine de Federico Fellini, pero combinado con un terror carnavalesco y grotesco.
Con un guión en colaboración entre de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría, al igual que en El Bar (2017), Perfectos Desconocidos (2017) adapta la historia de Genovese junto a Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini y Rolando Ravello para crear un film sobre la amistad, las relaciones de pareja, la paternidad y la falta de comunicación, debida precisamente a la prodigalidad de medios de comunicación, alrededor de una cena entre amigos en una noche de eclipse lunar total que coincide con un raro fenómeno de cercanía entre la Luna y la Tierra. En una combinación perfecta entre drama, comedia cáustica y terror, el realizador español crea un film en el que los secretos de cada personaje son expuestos a la luz a través de un juego aparentemente inocente. Cada uno de los personajes debe dejar su celular en la mesa y compartir los mensajes y las llamadas con el resto de los comensales. Lo que parecía un juego inofensivo de amigos que no tienen nada para ocultar se convierte en una pesadilla cuando todos comienzan a descubrir que sus parejas y sus amigos tienen una vida íntima que le ocultan al resto.
Al igual que las exitosas adaptaciones de la pieza teatral El Nombre (Le Prénom, 2012), de Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, que fue llevada al cine por los propios autores en su versión francesa y por Francesca Archibugi en su versión italiana bajo el título El Nombre del Hijo (Il Nome del Figlio, 2015), Perfectos Desconocidos adapta una historia de carácter teatral, situada en un costoso piso de Madrid alrededor de siete personajes. Al igual que en el film original, hay una excelente dirección de actores de un elenco muy destacado que incluye a Belén Rueda, Eduardo Fernández, Ernesto Alterio, Juana Acosta, Eduardo Noriega, Dafne Fernández y Pepón Nieto como los protagonistas de esta gran comedia negra. También es destacable el manejo de la tensión de cada escena y el brillante cambio de tono del drama a la comedia e incluso al terror, manteniendo el mismo estilo sin que el film pierda el hilo conductor.
Tanto el film original como su adaptación, que tiene un final completamente distinto y algunas escenas ligeramente diferentes acorde al estilo de Álex de la Iglesia, reconstruyen la neurosis alrededor del comportamiento de los adultos frente a las nuevas tecnologías, particularmente a través de los teléfonos celulares inteligentes, que son utilizados como agenda, reloj, despertador, teléfono, mensajería, o calculadora, entre algunos de los muchos tipos de uso que estos artefactos permiten y estimulan. El celular, como dispositivo significativo y paradigmático de la nueva sociedad de consumo, funciona como una extensión del cuerpo, según el relato, una prolongación del cerebro, permitiendo tener almacenado en una máquina de plástico, frágil y endeble, información que los seres humanos consideran invaluable e irremplazable, pero que en realidad es fútil y rápidamente sustituible como una prolongación intrascendente y prescindible del cuerpo. Pero también hay una crítica muy fuerte a la idea del macho y la idea del éxito laboral, el primero un concepto ya aniquilado por los estudios de género y el segundo tergiversado hasta la destrucción por el capitalismo a través de la figura del emprendedor.
Perfectos Desconocidos es así una comedia dramática atrapante que desnuda la hipocresía de una sociedad burguesa que esconde sus mentiras en los dispositivos de sujeción creados y comprados por ellos mismos para guarnecerse de cualquier posibilidad de libertad. De esta forma los autores encuentran a través de este ensayo teatral una herida abierta del entramado social que exhibe sus cicatrices y sus ampollas mientras el cuerpo social aún se retuerce del dolor autoinflingido.