Con esta película serán ya varias las remakes sobre la obra homónima del título y que supo cosechar varios laureles en cine y teatro, pero que en la recurrencia de su relato termina por descartar la novedad como motor narrativo, imponiendo un retroceso en las posibilidades discursivas.
“Perfectos desconocidos” junto a “Toc Toc” son las obras que más tiempo han permanecido en cartelera. Su mirada analítica y reflexiva sobre los vínculos, son una radiografía de la época, como así también una desplaciente postura sobre la sociedad actual.
Alex De la Iglesia se pone al hombro la versión española de esa cena en la que un grupo de “amigos” decide jugar al atiende tu teléfono móvil si puedes, y si no puedes, pues deberás explicar el motivo o al menos dejarlo que nosotros lo hagamos por vos.
Para contarlo propone a actores como Eduardo Noriega, Ernesto Alterio, Belén Rueda, entre otros, actores con oficio y capacidad resolutiva, pero que aquí no saben bien qué hacer con aquello que ya han visto anteriormente.
Entonces, “Perfectos Desconocidos” bien convoca a un elenco de estrellas, un dream team con lo mejor de las últimas producciones cinematográficas ibéricas, éstos dan una lección de interpretación sobre la base de lo ya visto y conocido.
Allí es en donde principalmente “Perfectos Desconocidos” no funciona, estando De la Iglesia detrás de la cámara, excepto algún juego con una luna roja inmensa nada conmueve, emociona o libera.
Cuando se olvida que el cine es un experimento sensorial que apela a una estructura clásica de inicio, conflicto, resolución, conflicto, inicio y así ad infinitum y solo se busca presentar y luego desaparecer, es cuando comprendemos que al ver una propuesta sin nada nuevo se termina por explorar algo que ni siquiera es cine.
En el repaso plano por plano de la primera “Perfectos Desconocidos” hay algo que resuena a su reciente puesta cinematográfica, algo que nos dice ahora viene tal o cual cosa. Al evitar “innovar” y seguir al pie de la letra a la original, De la Iglesia, otrora uno de los realizadores más transgresores y avant garde del cine español, termina por construir un relato chato, vacío, que hace extrañar por otras propuestas plagadas de emoción y pasión.
Calcada, así, intenta avanzar dentro de su lógica interna de mecanismo de precisión para buscar capturar, principalmente, a aquellos incautos en materia de la narración de la historia de engaño y desengaño original.
Para el resto, aquellos que ya vieron o conocieron la historia, la película se presenta como un correcto ejercicio, sin estridencias que impregna de corrección política todo, queriendo que algo pase, pero nada, por lo que se extraña a un realizador que supo hacer de la fantasía y la originalidad un estandarte.