En una isla del delta entrerriano vive Juan, discapacitado que tiene un puesto de venta al costado de la ruta. Juan se mueve en silla de ruedas, tiene treinta y pico de años y vive con su madre. Un día muere la madre y Juan decide viajar, salir del pago, ir al encuentro de una prima y una sobrina (hay una carta que ayuda a disparar la decisión). Pies en la tierra tiene el noble propósito de la road movie , con sus encuentros y sus recorridos, y así lo marca desde su plano inicial. Una road movie por el interior de la Argentina, por pueblos muy pequeños. La película plantea personajes buenos, de buenas intenciones, solidarios, amables. También los plantea de hablar lento y de movimientos cansinos, y limita sus acciones y su potencial con un mandato demasiado blando y cae en el ternurismo, notablemente apoyado por una música que enfatiza lo que ya estaba lo suficientemente claro por la excesiva duración de cada situación. No es un problema la bondad de los personajes, sí su falta de relieve. No es más real un personaje por ser simple, a veces esa simplicidad se vuelve en contra de la cercanía y la credibilidad. Y el estiramiento, la lentitud injustificada y esos movimientos de cámara (el travelling en el cementerio, esos lentos acercamientos cuando miran a la chica por la ventana) intensifican la artificialidad del relato, que tampoco se juega por un ambiente enrarecido, por un cuento menos pegado a la tierra.
Estos defectos y cortedades de Pies en la tierra se ven realzados, además, por sus mejores momentos, que son los que corresponden a la aparición (demasiado tardía) de Carlos Belloso, intérprete del personaje más encendido y atractivo de la película, que se contagia en ese tramo su vitalidad y excentricidad. Había evidentemente otro film más ajustado, más preciso, más seco (o más imaginativo) en Pies en la tierra . Y no estaba tan lejos. El intento de combinar Una historia sencilla , de David Lynch, con el cine de Leonardo Favio (inclusión directa de Juan Moreira , más alguna referencia a la salida del terruño de Soñar, soñar ), era un buen punto de partida. Pero no había que desechar la oscuridad lynchiana ni la vitalidad cinematográfica de Favio. Ni la imaginación de ambos, antídoto contra toda planicie demasiado extendida.