Padres por capricho
De bajo presupuesto y escasa imaginación, Plan perfecto es la opera prima de la actriz Jennifer Westfeldt. La directora además asume el rol protagónico, el de la treintañera que decide buscar un padre para su hijo, acuciada por el reloj biológico. Julie y Jason (Adam Scott) disfrutan de su soltería y llevan la amistad con alegría. Rodeados por sus amigos casados, con hijos, deciden tomar un atajo: ser padres sin arriesgarse a formar pareja.
La comedia no pasa de una lista de clichés de solteros versus casados y del discurso sobre la libertad incondicional. Llama la atención el lenguaje que la directora elige para plantear las conversaciones entre los amigos, con trazo grueso, tono y perspectiva marcadamente masculinos, incluso en la perspectiva y las conclusiones. Plan perfecto es una película del montón, con un elenco de modesto desempeño actoral, que incluye la participación de Jon Hamm (Mad Men), esposo en la vida real de Jennifer Westfeldt.
La película describe dos modelos de matrimonio: Alex y Leslie, desbordados por la rutina pero conformes en ella; y Ben y Missy, la pareja, en el pasado la más fogosa de Manhattan, que ahora se aburre a muerte. El relato se desarrolla en los departamentos, con mucho teléfono a mano para avanzar en la acción y dinámica de videoclip. Nueva York aparece en postales que aluden al clásico paso de las estaciones, con música incidental.
La protagonista resume las preocupaciones de las mujeres de su edad (según la idea de Westfeldt), en busca de una buena aventura. Pertenece al grupo (en la clasificación simplista del guión) de las que no quieren tener problemas. Ella se confiesa con Adam, un soltero obsesionado con el sexo y escurridizo, de relaciones efímeras, encantador siempre y cuando no olfatee el compromiso. Los diálogos de quienes se convierten en padres en virtud del plan, no suman demasiado. "Finjamos que nos gustamos", dicen. Los personajes consideran que no están listos para el matrimonio (no suponen el compromiso fuera de esa institución) pero abordan la paternidad como si se tratara de una operación de mercado en la que el bebé funciona como un objeto de consumo.
Plan perfecto va surfeando por los temas que señala y si tiene un mérito, es el borrador sobre el que el espectador puede armar su propia percepción sobre el amor y el deseo. Al final, es una comedia romántica deslucida que apunta demasiado alto a la hora de elegir el terreno por el que transitan sus personajes.